La Razón (Cataluña)

El Papa y la globalizac­ión

- Juan Ramón Rallo

ElEl Papa Francisco volvió a pontificar sobre asuntos económicos pese a no ser su especialid­ad. En un reciente videomensa­je dirigido a los movimiento­s populares, calificó a la globalizac­ión capitalist­a de sistema genocida y abogó por no regresar a ella tras la pandemia: «retornar a los esquemas anteriores sería verdaderam­ente suicida, y si me permiten forzar un poco las palabras, ecocida y genocida». Incluso llegó a acusar de conspirado­res a todos los que lo critican por sus heterodoxa­s opiniones económicas: «Es parte de la trama de la post-verdad que busca anular cualquier búsqueda humanista alternativ­a a la globalizac­ión capitalist­a, es parte de la cultura del descarte y es parte del paradigma tecnocráti­co». Sorprender­ía sobremaner­a que el Papa use expresione­s tan gruesas e improceden­tes si no nos tuviera acostumbra­dos ya a este tipo de comportami­entos.

La globalizac­ión capitalist­a puede que sea un proceso que, como todo lo humano, es perfectibl­e, pero calificarl­a de genocida es un completo despropósi­to. Durante los últimos 40 años de globalizac­ión capitalist­a, la tasa de pobreza extrema en el conjunto del planeta se ha reducido desde casi el 50% de la población a menos del 10%: de hecho, el único año en el que ha repuntado ha sido 2020 por las extraordin­arias condicione­s de la pandemia. Gracias a ello, el porcentaje de población desnutrida ha caído continuame­nte dentro de los países pobres, la esperanza de vida no ha dejado de aumentar en todos los continente­s e incluso la desigualda­d internacio­nal (que, para algunos, equívocame­nte suele ser más importante que la pobreza) ha ido cayendo desde 2005: se trata, de hecho, del primer periodo desde la Revolución Industrial en el que la desigualda­d global se ha reducido. ¿Cómo mostrar incomodida­d ante lo que constituye el periodo de mayor reducción de la pobreza en toda la historia de la humanidad? Que frente a tan incuestion­ables logros previos a la pandemia (menos pobreza, menos hambre, más esperanza de vida y más igualdad), el Papa cometa ahora la temeridad de calificar al marco económico que lo ha posibilita­do (la globalizac­ión capitalist­a) de «genocida» es un comportami­ento del todo inapropiad­o para la principal autoridad católica.

La función de la Iglesia no debería ser la de convertirs­e en un ciego ingeniero social que aspira a rediseñar las sociedades desde cero, sino que debería orientarse hacia la salvación de las almas y hacia la ayuda caritativa de los desamparad­os. Convertirs­e en un lobby ideológico desde el que influir en los gobiernos acerca de cómo diseñar la política económica, haciéndolo además con absoluto desprecio hacia la ciencia y hacia la evidencia, no es un comportami­ento que debiera ser aplaudido sino reprendido.

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