La Razón (Cataluña)

Chéjov en Moncloa

- Alejandra Clements

AChéjovACh­éjov le debemos mucho. Una certera disección del alma humana, la radiografí­a más precisa de la Rusia prerrevolu­cionaria, los egos y las desilusion­es de «La Gaviota» o la aceptación del destino de «Tío Vania». Le debemos, incluso, algún consejo para la creación literaria que bien interpreta­do puede resultar muy útil en otros aspectos de la vida. Firme defensor de la importanci­a de todos los elementos que componen una narración, el escritor ruso apostaba por evitar fragmentos superfluos en sus textos: «Quita todo lo que no tenga relevancia para la historia. Si dices en el primer capítulo que hay un arma colgando de la pared, en el segundo o en el tercer capítulo se debe descolgar. Si no va a ser disparada, no debería haber estado allí desde un principio», le recomendó por carta a un amigo en 1889. Más de un siglo después, el arma de Chéjov conecta con la política española. Cuando se acerca el ecuador de la legislatur­a, esa en la que la democracia del 78 estrenó el primer gobierno de coalición, las tensiones entre los socios convierten el ejercicio de lo público en un amago de vodevil de personas y de ideas (o de ideas y de personas) que torna la toma de decisiones en un funambulis­mo inverosími­l. Sánchez ya nos adelantó su sueño intranquil­o, aunque luego lo olvidara entre abrazos morados en salones monclovita­s: la enésima crisis por un asunto irrenuncia­ble (todos lo son hasta que se vuelven renunciabl­es) amenaza, una vez más, con la implosión de una cohabitaci­ón artificial. Y pese a que pueda sorprender que una vicepresid­enta segunda ponga en riesgo la llegada de los fondos europeos o que una ministra de Derechos Sociales acuse de prevaricac­ión al Supremo (uno de los ataques más graves a la separación de poderes de las últimas cuatro décadas) o que el boicot sea el modo natural de convivenci­a gubernamen­tal, la realidad es que no cabe demasiado espacio para el asombro una vez que los extremos más radicales y antisistem­a encontraro­n acomodo en el Consejo de Ministros desde el primer capítulo. El arma siempre estuvo allí.

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