La Razón (Cataluña)

El hábil equilibris­ta que cayó en el alambre de la izquierda

► Tras su reelección en 2019, impulsó una reforma para reducir el control del Parlamento luso

- A. Estévez. LISBOA

«Es una frustració­n personal y no tengo ninguna vergüenza en reconocerl­o». Faltaban 24 horas para el jaque mate y así admitía Antonio Costa el final de su gran proyecto político, seis años de innovadora alianza de izquierdas en los que cogió un Portugal magullado tras años de recortes y rescate e impuso una estrategia que llevó al país a ser ejemplo de superación, aplaudido por Bruselas y con recuperado prestigio en la este cena internacio­nal. Una auténtica transforma­ción de patito feo a cisne tallada en función de sus propias virtudes y defectos: un optimismo muchas veces ciego y una soberbia que ayer acabaron por defenestra­rle.

Nacido en Lisboa en 1961, formado como jurista y socialista desde su época de estudiante, Costa ha tocado durante su vida política casi todos los cargos de relevancia dentro del partido y también en la vida pública, siendo diputado, líder parlamenta­rio, ministro y alcalde de Lisboa antes de revolucion­ar en 2015 la vida nacional con un inédito acuerdo de las izquierdas que le permitió formar un Gobierno en solitario que sería apoyado en el Parlamento por el marxista Bloco de Esquerda y el Partido Comunista. Conseguía así Costa el poder tras unas elecciones que había ganado realmente realmente el conservado­r PSD, y lo hacía con una mayoría de izquierdas a la que prometió que revertiría los recortes impuestos por la troika tras el rescate de 2011.

La promesa gustó a comunistas y marxistas y preocupó en Bruselas, donde Costa tranquiliz­ó revelando que, escondido tras pequeños alivios sociales, el núcleo de su política era la contención del gasto público con prioridad en reducir el déficit y pagar las deudas. Y así, sonriendo dentro y fuera de fronteras y con gestos de maestro de ajedrez, fue contentand­o a todos y devolviend­o a Portugal el prestigio que perdió al pedir ayuda y ser comparada con la malograda Grecia. Portugal era un «milagro» que el primer ministro exhibió con orgullo, impulsado por una coyuntura mundial que facilitó la llegada de inversione­s al país y el despegue del turismo.

El dinero entraba y Costa quedó en la fotografía como el artífice. Suyos han sido los años de los grandes logros de Portugal, en los que todo parecía salir casi con naturalida­d en un país acostumbra­do a sufrir penalidade­s y que de pronto lideraba a través de Mario Centeno el Eurogrupo y hasta alzaba airado la voz para defender a la vecina España de los ataques holandeses durante la crisis del coronaviru­s.

Sin embargo, el exceso de confianza, rechazando firmar acuerdos con los socios de izquierda a partir de 2019, cuando comenzó su segunda legislatur­a, sacó la cara más amarga de Costa, que impulsó una reforma para reducir considerab­lemente el número de veces que debía acudir a dar explicacio­nes al Parlamento. Acusado de aires soberbios, sin voluntad de negociar más allá de una vez al año para lograr apoyos a sus Presupuest­os, Costa cae ahora traicionad­o por aquellos que le apoyaron hace seis años, que han dicho basta. El milagro se ha terminado.

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