Alsasua encuentra la justicia paralela en el teatro
NoNo falla. Hay una España que no se cansa de hacer de árbitro ni de seleccionador nacional. Y suele ser la misma España, de la que no es extraño que renieguen, la que pone el grito en el cielo cuando la justicia no les da la razón. En ese caso, también se ponen la toga. Porque sabe más un tipo, o tipa, que ha solucionado el mundo durante 19 días y quinientas noches con el codo pegado a la barra del bar que otro que ha perdido el tiempo estudiando durante años, años y más años (bastante más que esas quinientas noches) para hacerse un hueco en la carrera judicial.
Incluso los hay que todavía se frotan los ojos porque un diputado ha dejado el escaño por pegar una patada a un agente. ¡Qué cosas tiene este país! Con el buen ejemplo que sería para nuestros hijos... ¿Cómo no vamos a querer un señor así en las más altas instituciones? Pues perdónenme, pero no. Aunque sí reconozco que lo de las rastas en el Congreso tenía su punto por aquello de darle diversidad a tanto pelo lacio engominado y tanta raya al medio, pues no siempre es necesario ir estirado para hacer las cosas bien. Lo que sucede es que ser diferente a lo establecido durante décadas tampoco te hace buena persona. Igual que odiar a las autoridades no te convierte en ningún prototipo de héroe. Y no digamos el darle una paliza a dos guardias civiles, que, del mismo modo, conviene recordar que no es una hazaña por la que sacar «pechopalomo». Sin embargo, no todo el mundo lo ve así. Ahora, que se han celebrado los diez años de una Eta autocastrada sin las armas y que hasta Otegi se salió durante unos minutos del guion que él mismo había escrito, parece que los hay interesados en promover aquella juerga de Alsasua (Navarra) a costa de una pareja de la Benemérita. En ello se centra «Altsasu», la pieza que esta noche, mañana y pasado ocupará las tablas del Teatro Arriaga (Bilbao). «Una ficción basada en este caso», presentan María Goiricelaya del montaje que lidera como directora y dramaturga.
La idea inicial puede colar: «Cerrar heridas», «reflejar el dolor de los implicados»... Por supuesto que sí. Nada que decir siempre que se tiendan puentes. Tanto es así, que todo surge el Proyecto Cicatrizar, del siempre lúcido Nuevo Teatro Fronterizo. Pero, claro, el asunto ha ido escorándose misteriosa y casualmente hacia un lado, hacia el de los agresores, y el tufo empieza a salir, hasta reventar, cuando se pone el foco del montaje en «el funcionamiento de la Justicia española». Otra vez. Ya estamos en el punto inicial. Una paliza de bar se castiga de forma excesiva si condenan a los tuyos, pero cuando las penas por corrupción son para otros, siempre es poco. Tal vez hubiera sido un punto ceñirse a la historia acudiendo únicamente a lo hablado en la sala del tribunal (como tan bien hicieron Miguel del Arco y Jordi Casanovas en «Jauría», sobre el proceso de La Manada), sin interpretaciones, ni ficciones, ni tocamientos del texto; o hablar con las dos partes y sacar conclusiones para no vanagloriarse precisamente de lo contrario, como sucede aquí. Habría sido bonito. Nos quedamos con la miel en los labios.