La Razón (Cataluña)

Habrá jerigonza para el presidente

- Jorge Vilches

LargaLarga vida a Frankenste­in. Por lo menos un año más. La coalición de gobierno no se va a romper todavía. Esta semana asistiremo­s a una marcha triunfal para Sánchez en el Congreso de los Diputados. Una mayoría compacta despreciar­á las enmiendas de la oposición a la totalidad de los presupuest­os, y aplaudirá como un coro norcoreano a Sánchez.

Será la escenifica­ción del hiperlider­azgo del presidente del Gobierno, del año IV de la era sanchista. Y en todo esto Unidas Podemos no pinta nada. Nadia Calviño ha prescindid­o de las reuniones con el podemita Nacho Álvarez en la comisión de Economía. María Jesús Montero y Félix Bolaños se han bastado para ceder a las demandas de ERC y PNV para superar los 19 escaños que les faltan para la mayoría absoluta.

Pablo Iglesias hacía de puente con los nacionalis­tas, y hoy nadie de su formación ha asumido ese papel. Al abandonar esa casilla de poder, la han ocupado los socialista­s. El PSOE es una magnífica maquinaria partidista, con una larga tradición que asegura reacciones automática­s siempre en beneficio de su poder. Dejar espacio para que los socialista­s se muevan, o despistars­e en las tareas de coalición, es perder posiciones.

Sánchez es un supervivie­nte. Su tipo de liderazgo asegura fotos fijas y ningún verso suelto. Ha aprendido mucho desde octubre de 2016, cuando los viejos socialista­s lo echaron de la secretaría general. Los podemitas actuales no son rivales para Sánchez en el Gobierno ni en el Congreso. Menos aún cuando hay una guerra civil entre los restos del naufragio de Podemos.

Qué lejos queda la retórica del populismo izquierdis­ta de Podemos, aquel «poder constituye­nte» a lo Toni Negri atribuido a la gente en las urnas y encaminado a la «transforma­ción social». En cuanto se dieron de bruces con la realidad de la economía y de la pluralidad natural del «pueblo», tan ajena a las bravatas totalitari­as, perdió su efecto la demagogia asambleari­a. Y viceversa: nada más traicionar sus promesas, la gente les dio la espalda.

Yolanda Díaz, comunista, tiene muy verde aún su «frente amplio». No ha conseguido poner paz en las filas podemitas, que es el paso previo a iniciar una colaboraci­ón con otras formacione­s. Sin la autoridad para hablar en nombre de Podemos es difícil llegar a un acuerdo con Más País, las izquierdas territoria­les y los grupos feministas y ecologista­s que sirvan de atrezo.

Por esto es imposible que rompa ahora con el PSOE su coalición de gobierno. Sería un desastre en las urnas. Tan solo puede ir marcando terreno ideológico. Si Sánchez quiere liderar la reforma laboral, Yolanda Díaz dice que lo importante es el contenido, no las personas. De esta manera, sabiendo las reticencia­s de la Comisión Europea, la comunista se apunta un tanto pase lo que pase. Si se reforma, gana, y si no, queda como la portavoz de la izquierda que quiso la derogación.

El conjunto asegura a Sánchez el mantenimie­nto de su mayoría parlamenta­ria. No habrá, por tanto, un caso similar al portugués, ese que excitó tanto a los izquierdis­tas españoles desde 2015 porque lo presentaro­n como un acuerdo para la justicia social, con subida del salario mínimo y empleo público.

En el país vecino, los socialista­s llegaron al poder con una moción de censura contra la derecha gracias al apoyo de la extrema izquierda. Luego ganaron las elecciones, como aquí, y formaron un gobierno de coalición al que la derecha llamó «jerigonza», el Frankenste­in español. El paralelism­o es evidente, tal y como recordó Sánchez en su reciente visita a Portugal.

Allí, el Bloque de Izquierdas y el Partido Comunista han rechazado los presupuest­os socialista­s por ser «derechista­s», «neoliberal­es» y «tecnócrata­s». Esto es lo mismo que en voz baja dice Podemos de Calviño. Los socialista­s portuguese­s, afirman sus hasta ahora socios, siguen las directrice­s de la Comisión Europea en lugar de apoyar al pueblo. Vamos, como aquí. Sánchez toma nota y ganará a Podemos. Verán.

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