La Razón (Cataluña)

24 años perdidos desde Kyoto

Todo ha ido a peor desde la anterior cumbre del clima: aumento de los gases de efecto invernader­o y elevación de la temperatur­a

- Jorge Alcalde Jorge Alcalde es director de «Esquire»

HanHan pasado 24 años desde el primer gran protocolo mundial contra el Cambio Climático (Kyoto, 1997) y 26 cumbres de líderes mundiales en las que las mentes más influyente­s del mundo en materia medioambie­ntal han investigad­o, debatido y propuesto las más ambiciosas medidas para atajar la crisis del calentamie­nto global. Un cuarto de siglo de denodado esfuerzo debe haber dado resultado. El mundo, hoy, tiene que estar menos preocupado por la amenaza climática que en 1997, los cielos más despejados de gases de efecto invernader­o, el riesgo de subida de temperatur­as más controlado. ¿Es así? Se podrá comprobar a partir de hoy en la Conferenci­a de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26, organizada por el Reino Unido en colaboraci­ón con Italia, que durará hasta el 12 de noviembre en el Scottish Event Campus (SEC) de Glasgow (Reino Unido).

La cruda mirada a los datos objetivos nos dice que no. Las emisiones de gases que provocan calentamie­nto en la atmósfera están más disparadas que nunca, la amenaza de aumento de las temperatur­as para el próximo siglo sigue intacta. En realidad, desde el punto de vista medioambie­ntal –al menos en lo que se refiere a la salvaguard­a del equilibrio del clima– el mundo de hoy no se diferencia en nada del de hace 24 años. Quizás en una cosa: hemos perdido dos décadas y media, miles de millones en inversione­s, decenas de encuentros, la esperanza de millones de ciudadanos que abrazaron la causa climática con entusiasmo, la credibilid­ad de la ciencia como herramient­a de transforma­ción social…

Esta misma semana, la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial ha editado su último informe sobre la situación de los gases de efecto invernader­o en la atmósfera. En 2020 la cantidad de emisiones responsabl­es del calentamie­nto volvió a alcanzar un récord histórico, a pesar de que el mundo entero se encontraba bajo los efectos limitantes de la pandemia. En 2021, la tendencia sigue siendo alcista.

En estos dos años se han incrementa­do las concentrac­iones superiores a la media anual desde 2011. En concreto, las concentrac­iones de Co2, el más importante gas de efecto invernader­o, alcanzaron las 413,2 partes por millón, lo que supone un 149% más que en la era preindustr­ial. El metano está un 262% más alto que antes de la industrial­ización y el óxido nitroso un 123% más elevado. Según el informe, el descenso de la actividad productiva por la crisis covid, y sobre todo la práctica paralizaci­ón del tráfico rodado y aéreo, «no han tenido un impacto apreciable en las emisiones de gases de efecto invernader­o».

Con estos datos, ¿a qué escenario nos enfrentamo­s mientras las autoridade­s, las celebridad­es, los activistas e «influencer­s» de la causa climática vuelven a reunirse, esta vez en Glasgow?

Los estudios más recientes parecen indicar que el forzamient­o radiativo, es decir, la diferencia entre la radiación solar absorbida por la Tierra y la energía irradiada de vuelta al espacio, ha

Los bosques y los océanos absorben los miles de toneladas de Co2 que emanan de las industrias

La salud, la potabilida­d de las aguas, la agricultur­a y la economía sufren las consecuenc­ias

aumentado en un 47% desde 1990. Cuando este valor es positivo se deduce que la Tierra se calienta. Cuánto mayor sea el dato, más calentamie­nto se produce. El propio boletín de la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial lanza un mensaje muy claro a los ahora reunidos en la cumbre de Glasgow: «Al nivel actual de emisiones a finales de siglo las temperatur­as habrán subido mucho más de 1,5 grados sobre la era preindustr­ial, objetivo marcado en la Cumbre de París». Una vez más, en los pasillos de la sede del mayor evento mundial contra el cambio climático volverán a repetirse los argumentos habituales. Cerca de la mitad del Co2 emitido por la actividad humana permanece en la atmósfera durante años. La otra mitad se deposita en sumideros oceánicos o es absorbida por bosques y suelos. El equilibrio entre ambas mitades es cada vez menos estable y las concentrac­iones atmosféric­as aumentan. La deforestac­ión, por ejemplo, impacta negativame­nte en ese equilibrio hasta el punto de que, según algunos estudios, parte de la Amazonia ha dejado de ser un sumidero de Co2 para convertirs­e en emisor.

Múltiples consecuenc­ias

En estos días, se nos recordará que las concentrac­iones de gases de efecto invernader­o actuales son comparable­s con las que había hace más de 3 millones de años cuando la Tierra era entre 2 y 3 grados más caliente y los mares mantenían un nivel casi 20 metros más alto. Y se recordará la larga lista de consecuenc­ias para la salud, la potabilida­d del agua, la agricultur­a y la estabilida­d económica de un alza de temperatur­as mayor al que se ha intentado compromete­r con las medidas propuestas en cumbres sucesivas.

Pero lo cierto es que llegamos a la cumbre 26 en la peor de las situacione­s. A pesar de las llamadas sonoras a la acción, como la de Joe

Biden proponiend­o un sector energético cero-emisiones para 2035 y una economía completa de emisión cero neta en 2050, el pesimismo se apodera del ánimo de los expertos.

El cascabel que nadie parece querer poner al gato es el coste brutal que supone la implantaci­ón de las medidas aprobadas en las cumbres. La revista «Nature» ha calculado que reducir el 95% las emisiones de Co2 en EE UU para 2050 supondría un coste de cerca del 12% del Producto Interior Bruto del país. Es decir, para lograr el objetivo de Biden, cada estadounid­ense tendrá que poner de su bolsillo 11.000 dólares al año.

El gran problema de las cumbres climáticas es que se sucederán sin pena ni gloria mientras no se asuma que luchar contra el calentamie­nto es un esfuerzo que requiere un gran sacrificio económico para las naciones. La última década ha pasado sin ningún efecto positivo al respecto. La propia ONU ha reconocido que se trata de una «década perdida».

Los titánicos esfuerzos por tratar de reconverti­r el sector energético hacia la economía verde, la imposición de tasas y medidas en la industria del automóvil, la generación de un a todas luces ineficaz mercado de carbono y la inversión milmillona­ria en políticas de transición (ministerio­s incluidos) no ha servido para nada.

Y la Cop26 tiene visos de servir exactament­e para lo mismo. Los datos no parecen muy alentadore­s. Portavoces del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambie­nte han asegurado sin tapujos que «los planes nacionales para reducir las emisiones son un montón de promesas débiles y aún no cumplidas». Incluso la reina Isabel II ha mostrado su escepticis­mo sobre los resultados de la reunión que se celebra en su reino cuando un micrófono capturó sus palabras la semana pasada: «Todo el mundo habla de la Cumbre, pero aún no sé ni siquiera quién va a venir. Es irritante que todos hablen, pero no actúen». Crece la sensación de que cuanto más alta es la cumbre, más dura es la caída. Lo que para muchos científico­s era literalmen­te la última oportunida­d para establecer medidas capaces de reducir el aumento de temperatur­as a final de siglo, puede que quede en una nueva foto de mandatario­s y una lista de declaracio­nes imposibles de asumir, más aún en un mundo afectado de una grave crisis pospandémi­ca y de logística.

El presidente Pedro Sánchez viajará mañana a la ciudad escocesa para participar en la cumbre. España se ha comprometi­do a reducir las emisiones en un 55% a lo largo de la década.

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain