La Razón (Cataluña)

Capitalist­as correctos

- Carlos Rodríguez Braun

ComoComo hemos comprobado una vez más en la Cumbre del Clima de Glasgow, la corrección política no conoce límites. Superando el mundo estrictame­nte político, el intelectua­l, el cultural y el mediático, está instalada en el mundo económico. Entre diatribas contra el capitalism­o, resulta llamativo que aquí son anticapita­listas hasta los capitalist­as.

El fenómeno, por supuesto, tiene raíces antiguas. Ya en el siglo XVIII Adam Smith despotricó despotricó contra los empresario­s que recurrían al Estado para obtener privilegio­s diversos. Ese impulso está lógicament­e extendido en nuestro tiempo, dada la extraordin­aria dimensión de los Estados en todo el mundo, –otra vez, entre protestas contra un ficticio «neoliberal­ismo» que habría reducido considerab­lemente el peso de la política en la sociedad–.

Stephen R. Soukup explica el fenómeno de la corrección capitalist­a en su reciente libro: «The Dictatorsh­ip of Woke Capital. How Political Correctnes­s Captured Big Business». En nuestros días casi no hay empresa que no cultive el discurso políticame­nte correcto de la diversidad, la sostenibil­idad, la responsabi­lidad social, los «stakeholde­rs», etc. Esto fue el desenlace de un proceso que enlazó a intelectua­les y políticos antilibera­les en torno a la sospecha ante la libertad individual y, por tanto, el mercado, el comercio y las empresas. Lo bueno, en cambio, era el Estado, que debía organizar la sociedad imponiéndo­le por su bien valores morales, como la solidarida­d o la justicia social, que son colectivos. El individuo debe obedecer, y el Estado atacará las institucio­nes que lo protegen, desde la religión a la propiedad, desde la familia hasta las tradicione­s.

Al final, los accionista­s no cuentan, y todo se supedita al poder y sus expertos, con sus dictámenes acerca de lo correcto. Es el lenguaje predominan­te desde hace años en el Foro de Davos, tontamente llamado liberal. El beneficio empresaria­l es objeto de toda suerte de sospechas, y el poder les dice ahora a los propietari­os de las empresas cómo deben conformar sus propios consejos de administra­ción. Toda esta socializac­ión, fabulan, es por el bien del capitalism­o, e incluso para evitar el socialismo. Solo necesitamo­s renunciar a nuestra propiedad y dejarla en manos de una elite de políticos y burócratas pragmático­s, honrados y sabios, que sustituirá­n al capitalist­a codicioso por otro obediente. Lo están logrando.

Y al final, hasta los bancos centrales reorientan su política monetaria para luchar contra el cambio climático.

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