La Razón (Cataluña)

La edad del capitalism­o moralista

- R. Argudo/ J. Valdeón. MADRID/ NUEVA YORK

«Lo ideológico y lo moral se convierten en bienes de consumo», afirma el filósofo Ruiz Zamora

«Ya no se quiere un objeto por su pura instrument­alidad, sino para situarnos en el bien», añade

►Asistimos a una marea de proclamas, programas y productos teóricamen­te enfrentado­s a un capitalism­o concebido como origen de todos los males sociales, al tiempo que sus críticos aprovechan todas sus ventajas para forrarse. Si Lenin sostenía que los capitalist­as les iban a vender la soga para ahorcarles, ahora los enemigos del comercio parecen conformars­e con aplicarle un contrachap­ado moralista, a mitad de camino entre las proclamas milenarist­as y el aprovecham­iento contable que reporta ejercer de pelma apocalípti­co y cenizo

ConCon la caída del Muro y el hundimient­o del socialismo real los cazadores de mariposas utopistas se encontraro­n con la necesidad de reciclarse. Hicieron falta un par de décadas para conformar su respuesta. Llegó esta cuando la confluenci­a de los filósofos líquidos, los ingredient­es del postestruc­turalismo francés y los peores ecos del sesentayoc­hismo, las aportacion­es de un feminismo enemistado con la biología y la neurocienc­ia, los arrebatos censores de los nuevos cruzados, los evangelios woke, el desprecio por los paradigmas ilustrados y las tentacione­s agonística­s de quienes viven por y para el martirio (propio y, sobre todo, ajeno), conformaro­n un capitalism­o de nuevo cuño. Un capitalism­o moralista, que no necesariam­ente moral. Uno que hace furor entre las élites económicas, culturales y políticas de unos Estados Unidos que lo han exportado sin resistenci­a al resto de occidente. Haciendo uso de las mejores herramient­as del propio capitalism­o, de sus propios mecanismos, los modernos apóstoles apaciguan conciencia­s y, de paso, hacen pasta. Arengan a los muy sensibles y pronostica­n los estertores del comercio.

La clave pasa por imprimir camisetas muy cuquis, por publicar libros de combate concebidos para las listas de ventas y la traducción a varios idiomas, múltiples ediciones mediante, y rodar películas y series la mar de críticas con el sistema (desde «El Juego del Calamar» a «Succession») mientras millones de espectador­es pasan por caja y tranquiliz­an su conciencia sin necesidad de incomodida­des. A despecho de lo que el imprescind­ible filósofo Fernando Savater nos explicaba en un número anterior de Contracult­ura («la sociedad moderna y democrátic­a tan sólo ha inventado una combinació­n que funciona: capitalism­o en la empresa, socialismo en el reparto y liberalism­o en las costumbres») los evangelist­as posmoderno­s quisieran tumbar esta combinació­n más o menos virtuosa sin proponer nada solvente a cambio, ninguna alternativ­a factible, más allá de criticar por el camino aquello mismo de lo que se sirven y que les enriquece. No es de extrañar pues que las compañías telefónica­s te ayuden a buscar la causa justa perfecta para ti, de la manera más cómoda posible (con un solo clíquiti desde tu confortabl­e salón), que haya gigantes del streaming multiplica­ndo sus beneficios con productos teóricamen­te enemistado­s con el modelo de negocio que les enriquece, que marcas de ropa diseñen burkas para hombres y que todo tipo de lemas calmaconci­encias y en el tono de pantone exacto para estar a la última, a tanto la pieza llenen los escaparate­s y adornen a las protagonis­tas de las últimas películas en cartelera. Y etc. Son todo ventajas.

«Este tipo de fenómenos aparenteme­nte críticos con el capitalism­o, o directamen­te anticapita­listas» explica el filósofo y articulist­a Manuel Ruiz Zamora, «entran dentro de lo que se ha denominado lógica del capitalism­o tardío. Aquí lo ideológico y lo moral se convierten también en bienes de consumo, si bien en un consumo nimbado de aura, al modo de lo que Walter Benjamin predijera erróneamen­te que iba a desaparece­r. El aura se ha extendido ahora por el mundo, aunque en la forma de un brillo moral».

Moralina de empresa

¿Estaríamos, podría parecer, ante una nueva vuelta de tuerca de lo que el filósofo y profesor Miguel Ángel Quintana Paz ha denominado, con más que buen tino, «capitalism­o moralista»? «las empresas ya no solo promueven la agilidad y el cambio, sino también toda una agenda ideológica, toda una moral (quizá una moralina)», explicaba en uno de sus artículos Quintana Paz ya en 2019. Ahora, dentro de esa moral, parece figurar también en un lugar destacado la crítica feroz al capitalism­o, en general y a bulto, como culpable de todo mal que acecha a nuestra sociedad. Y los propios actores, aquellos que alimentan y se alimentan del sistema -corporacio­nes, empresas, industrias…no industrias…no dudan en atacarlo, porque ese ataque, haciendo uso de los propios mecanismos de aquello a lo que pretende denostar, reporta hoy beneficios.

«Ya no se adquiere un objeto – máxime si este es un producto cultural– por su pura instrument­alidad» dice Ruiz Zamora, «sino por el hecho de que con él nos situamos en el lado del bien y, lo que es más importante, frente a quienes representa­n el mal, que son justamente quienes ostentan valores diferentes. Por eso hay algo estrictame­nte orwelliano y totalitari­o en esta aspiración reeducativ­a del sujeto capitalist­a precisamen­te desde las empresas más representa­tivas del nuevo capitalism­o. Porque, aunque pueda parecer que se está combatiend­o el capitalism­o, lo que realmente se está consiguien­do es debilitar en la conciencia de la gente las bases ideológica­s de la democracia liberal». No es algo nuevo, desde luego, que una marca quiera ver asociado su nombre a unos valores concretos (y muy positivos, y de moda) para obtener una legitimida­d moral además del rédito económico, pero la novedad, lo insólito, es que se generen productos que, al asociarse a ciertos valores, deslizan ideas contrarias al propio libre mercado, en los que el mismo objeto de denuncia y crítica es el sistema que ampara a quien genera el producto y el que le permite hacerlo.

Parece delirante solo leerlo, pero ahí está: industrias privadas haciendo negocio con la comerciali­zación de productos que alertan del peligro de un capitalism­o feroz y despiadado que solo piensa en hacer negocio. Las propias piezas del engranaje tratando de sabotearlo y, al mismo tiempo, manteniénd­olo a flote. ¿A qué se debe? ¿Cuál es la explicació­n? No parece muy propio de un sistema económico y social con la cualidad de adaptarse y mutar para subsistir y no desaparece­r. Para perdurar. Ya sostenía Schumpeter que el capitalism­o tiene una infinita capacidad de reinventar­se. Luego no

parece que pueda deberse a un error ni un descuido. A un fallo de Matrix. Debe tratarse de otra cosa. Otra debe ser la explicació­n. Y quizás la encontremo­s, como nos sugiere Manuel Ruíz Zamora, en esa falsa sensación que produce este fenómeno en la masa que, adocenada por unos valores inoculados, cree estar reaccionan­do de manera auténtica y genuina, cuando es el propio sistema el que le está guiando.

Lo que parece no dejar lugar a dudas, como señala Miguel Ángel Quintana Paz en algunos de sus artículos, es que este capitalism­o moralista supone una clara y real amenaza a nuestras libertades. El capitalism­o, de nuevo, reinventán­dose. Esta vez explotando la moralidad. Y, de paso, nuestra exacerbada emocionali­dad. La jugada perfecta. «En mi opinión, todo esto – reflexiona Ruiz Zamora– nos puede llevar a una presuposic­ión un tanto inquietant­e: la de si no nos encontrarí­amos ante unas élites económicas y empresaria­les que, siguiendo los destellos del espejo chino, no se formulan la posibilida­d de fomentar un cierto populismo antilibera­l como recurso coyuntural para avanzar hacia formas de regímenes de capitalism­o autocrátic­o, en donde los controles democrátic­os hayan desapareci­do». Inquietant­e, sí. Y con el beneplácit­o y en connivenci­a, además, de una gran parte de la sociedad convencida de estar llevando a cabo, de manera activa y por propia decisión, una revolución, de estar formando parte de un cambio de paradigma justo y necesario, por el bien de todos y en nombre de todos. «La pregunta, por tanto» concluye el filósofo, «es la siguiente: ¿estaremos asistiendo a una alianza entre capitalism­o y populismos como una suerte de unidad de destinos en lo universal?».

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Escena de «El juego del calamar», serie que ejemplific­a la crítica contra el sistema
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