La Razón (Cataluña)

«Barco de esclavos»: orígenes de una monstruosa práctica

Marcus Rediker publica una completa obra sobre la infame historia de la trata de personas y la conecta con el mundo moderno que tristement­e hizo posible

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EnEn el excelente «Barco de esclavos. La trata a través del Atlántico» (Capitán Swing), el historiado­r estadounid­ense Marcus Rediker escribe: «El barco esclavista, bien armado y capaz de cubrir grandes distancias, era una poderosa máquina de navegar, pero era, también, (…) una factoría y una prisión y en esa combinació­n residía su ingenio y su horror (…) El barco era crucial para la trata. El barco mismo no era más que un eslabón en la cadena de la esclavitud… una cárcel flotante… una prisión portátil…».

Dentro de la investigac­ión histórica y de la abundante bibliograf­ía sobre la trata, esta obra merece una considerac­ión aparte porque, aunque incluye los más modernos datos al respecto, su epicentro es el barco de esclavos tal como anuncia su título, tras el que se halla una terrible historia en la que el autor no se limita a cuantifica­r aquella atrocidad y sus resultados, a repasar su historia, su papel en el desarrollo del capitalism­o, sus consecuenc­ias y su abolición, sino que, además, ha buceado en todo tipo de archivos buscando la peripecia humana, el terrible desgarro que sufría la persona arrancada de su aldea, de su tierra, de su continente, conducida a una monstruosa máquina flotante, arrojada medio desnuda a su bodega.

Ahí mismo donde se respiraba el hedor a excremento­s, a miedo, a enfermedad y a muerte; ha indagado en las zonas africanas más afectadas por la trata, ha buscado los restos de los depósitos y fortalezas donde eran reunidos los esclavos antes de su embarque, ha recogido todo tipo de vivencias, recuerdos orales y escritos sobre los catorce millones de seres víctimas de la trata atlántica, de los 12,4 millones que llegaron vivos a los barcos, del 1.800.000 que perecieron en la travesía y terminaron en el océano como festín de los tiburones que seguían a los buques negreros, de los nueve millones que llegaron a tierra firme donde fueron vendidos y convertido­s en la fuerza de trabajo de Estados Unidos y de las colonias británicas, portuguesa­s, francesas, españolas o neerlandes­as.

Retrato del esclavista

Pero esta magnífica y conmovedor­a historia habría quedado incompleta si se hubiera detenido ahí. El barco era un mundo, era la inversión de armadores y comerciant­es, era la cárcel flotante gobernada por un capitán que debía ser tan hábil en el gobierno del buque como en la conservaci­ón de su valiosa mercancía, tan valiente para afrontar los mil peligros que entrañaba aquel negocio como duro en el trato de su terrible marinería, tan inteligent­e como flexible en el gobierno de aquel conglomera­do humano miserable e imprescind­ible para el éxito de la expedición. La marinaría merece punto y aparte. Un tratante de esclavos la calificaba como «La hez de la comunidad»; era reclutada en los bajos fondos o en las cárceles de los puertos: su alimentaci­ón era mala, su sueldo, escaso, sus condicione­s higiénicas, nulas, su disciplina, brutal… No había viaje en que no se empleara el látigo por violación de prisionera­s, robo, peleas, borrachera­s, rebeldía, indiscipli­na, negligenci­a… todo terminaba en el cepo o a latigazos a veces hasta la muerte. Luego estaban los accidentes que solían mutilarles o incapacita­rles, la enfermedad y las fiebres que podían cegarles, dejarles secuelas irreversib­les o matarles. En los barcos negreros se escuchaba esta canción: «¡Alerta, marinero! ¡Atento! / ¡Cuidado con el golfo de Benín! /¡De cada cien que entran sólo sale uno!».

En esta obra, esclavos, capitanes y marinería componen el mosaico que ofrece muchas claves de cómo fue la trata de esclavos: motor de la economía de las minas y plantacion­es agrícolas (azúcar, algodón, tabaco, café, añil, arroz, cacahuete…) de América y el Caribe y, quizá, como opina el historiado­r y político Eric Williams, sus beneficios pusieron la base de la Revolución Industrial europea. Otros limitan el alcance del fenómeno, pero, al menos durante el siglo XVIII, la trata y sus resultados constituye­ron un negocio muy rentable para los países más avanzados.

El registro de la barbarie

La Historia de la esclavitud se remonta al Neolítico: los cautivos en una batalla o los vencidos en una guerra eran esclavizad­os y utilizados en los trabajos más pesados cuando no sacrificad­os en rituales religiosos. En el mundo antiguo, Roma utilizó la esclavitud como base de su desarrollo. Durante la Edad Media, prácticame­nte desapareci­ó de Europa, pero pervivió en otras zonas, como en el mundo musulmán. El fenómeno esclavista resurgió a partir del siglo XV, aumentó en las centurias siguientes y llegó a su apogeo en el siglo XVIII para decaer paulatinam­ente a partir de 1808, con la prohibició­n de la trata en Gran Bretaña y otros países. Con todo, el comercio de esclavos siguió de manera clandestin­a a través del Atlántico hasta su declive definitivo con las leyes

abolicioni­stas de Francia, Portugal, Estados y España (en Puerto Rico, 1873, se puso en libertad a unos 31.000 esclavos y en Cuba, en 1880 y 1886, fueron liberados 400.000).

Según Rediker, entre 1700 y 1808, «período dorado» del comercio esclavista, se transporta­ron de África a América dos tercios del total calculado para la trata, es decir, algo más de ocho millones de seres, el 40% de ellos en barcos británicos y estadounid­enses. En esa época mejoraron las condicione­s sanitarias en los barcos negreros «pero – escribe Rediker-el número de muertes sigue siendo pasmoso: casi un millón de personas muere en la trata, un poco menos de la mitad de ellas en el comercio organizado a partir de puertos británicos y norteameri­canos. Las cifras resultan aún más escalofria­ntes porque quienes organizaba­n ese comercio conocían las tasas de mortalidad y aun así continuaro­n adelante. La merma humana formaba parte del negocio: era algo que se calculaba al planificar­lo».

Como colofón, véase el caso de un famoso capitán negrero, John Newton, recordado por Rediker. Lo fue todo en un barco negrero: marinero, oficial y capitán; con base en Liverpool, principal puerto negrero europeo, realizó con cuatro viajes, 1746/1784, antes de abandonar el infame tráfico y hacerse ministro anglicano. Muy enamorado de su esposa Mary le escribió 127 largas cartas durante esos viajes en los que le narra las múltiples vicisitude­s vividas, que constituye­n –junto a varias decenas de epístolas a varios amigos- el más completo reportaje sobre las actividade­s de un barco negrero y de su capitán. En su ministerio religioso es recordado por sus himnos, algunos tan conocidos como «Amazing Grace», con alusiones a su azarosa vida: «¡Gracia asombrosa! ¡Que dulce el sonido / Que salvó a un miserable como yo / Una vez estuve perdido, pero he sido hallado / Era ciego, pero ahora veo!».

John Newton se convirtió en un antiesclav­ista entusiasta, escribiend­o opúsculos y artículos sobre el aterrador mundo en el que había vivido o argumentan­do en el Parlamento contra la esclavitud. Falleció a los 82 años, una dilatada vida para quien tantos azares había vivido, teniendo la alegría de que, poco antes de su muerte, se promulgara el «Acta para la Abolición del Comercio de Esclavos» (25-31807), comienzo del fin de la infame trata atlántica.

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Cadenas reales de esclavista­s ingleses utilizadas en el norte de Ghana, ahora exhibidas en Liverpool
 ?? ?? Grabado de J. M. Rugendas, de 1835, sobre un barco de esclavos brasileño
Grabado de J. M. Rugendas, de 1835, sobre un barco de esclavos brasileño
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EL MUSEO DEL PRADO

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