Dos años de silencio y eco
Betis y Sevilla, que reinauguraron la Liga sin público tras el confinamiento estricto, volverán a enfrentarse hoy con hinchas en la grada
Hace sólo dos años, menos tres días, pero parece que ha transcurrido una vida. La noche del 10 de noviembre de 2019, mientras se contaban los votos de las últimas elecciones generales, el Benito Villamarín rugía con el último derbi sevillano con público hasta el de esta noche, el primero que Julen Lopetegui dirigía y que concluyó con un triunfo sevillista (1-2, el hoy barcelonista Luuk de Jong deshizo el empate) que igualaba a veintiuna las victorias de cada contendiente en el duelo vecinal en el terreno bético. En vísperas de la vuelta, España se confinó y el fútbol volvió, al cabo de tres meses, con el primer derbi a puerta cerrada de la historia (2-0 para el Sevilla en el Sánchez-Pizjuán).
El año futbolístico 2021 se abrió el 2 de enero en el Benito Villamarín, todavía sin público, con un duelo de máxima rivalidad que terminó empatado a uno y que el Betis de Pellegrini –entonces decimocuarto y con la mirada inquieta inquieta en la cola– usó como rampa de lanzamiento hasta la sexta plaza y el regreso a las competiciones continentales, en concreto a una Europa League que alimenta sus sueños de grandeza y las pesadillas de los sevillistas, ya que la final será en el Sánchez-Pizjuán. El drama que sería para el rey de la competición ver a su íntimo enemigo levantar una copa en su casa sería... el «maracanazo» iba a parecer el cumpleaños de Heidi.
El partido de esta noche, deportivamente, tiene un interés recobrado después de tres lustros de dominio sevillista que han dejado una estadística demoledora. El Betis sólo ha ganado uno de los quince últimos derbis que ha disputado en el Benito Villamarín, el celebrado en septiembre de 2018 que decidió un cabezazo de Joaquín, entonces ya veterano venerable y hoy capitán cuarentón.
Aunque la semana del Betis ha virado hacia la mediocridad, con el incontestable 7-0 que adicionan los marcadores cosechados en el Metropolitano y Leverkusen, su comienzo de temporada invita al optimismo. Manuel Pellegrini ha conseguido imprimir a su equipo un sello de alegría y buen fútbol que lo distingue del estilo robotizado de la mayoría de los contendientes de la Liga. Cuando los béticos –Canales, Carvalho, Rodri, el luminoso Fekir...– se ponen a jugar y son portados en volandas por su legendaria afición, un duende sobrevuela Villamarín.
El Sevilla es todo lo contrario, aunque, eso sí, es un prodigio de eficacia. Con un partido menos, el equipo de Julen Lopetegui –con un estilo minimalista rayano en el feísmo– lleva tres puntos más y los mismos goles marcados (19) que su eterno rival y su «torrente ofensivo», en palabras del presidente Ángel Haro. Sólo el Real Madrid ha marcado más que los rivales sevillanos, quinto y tercero en la tabla, aunque la fortaleza sevillista es su defensa de hormigón: siete tantos encajados, el equipo que menos goles ha recibido junto al Athletic, y la sensación de poderío que desprende el cuarteto Bono-Koundé-Diego Carlos-Fernando, una guardia pretoriana con poco parangón en el panorama continental.
Las derrotas intersemanales, sin embargo, han sembrado de dudas los planes de ambos entrenadores. Pellegrini perpetró una rotación masiva –diez cambios– en sus derrotas en Madrid y Leverkusen. Tiene a varios indiscutibles como Bravo, Guido y Fekir, pero en puestos en los que antes cundía la certeza de rendimiento jugara quien jugase, ahora se perciben boquetes de complicada colmatación. Verbigracia, en el lateral diestro y el centro de la zaga. Lopetegui, por su parte, acusa un sangrante déficit de fútbol propiciado por la baja forma alarmante de Papu Gómez y Rakitic, sus dos generadores.