La Razón (Cataluña)

Federalism­o y confederac­ión

- José María Marco

Aplicar el federalism­o a España requiere romper una unidad ya existente

SonSon muchos los motivos que explican la continua pérdida de apoyos por parte de los partidos de izquierda, tal como vienen señalando los sondeos publicados en estas mismas páginas, el último en el número de ayer. El activismo ideológico, la presión fiscal, la desastrosa gestión de la pandemia… Sigue habiendo uno fundamenta­l, que está en el origen mismo de la coalición gubernamen­tal. Se trata del empeño en fundar una nueva nación que normalice las ambiciones de los nacionalis­tas, ya sean vascos o catalanes, por mucho que a estas alturas, estos ya han dejado claro su voluntad de superar el Estado de las Autonomías y pasar a algo distinto.

La izquierda española no tenía por qué haber emprendido este camino. Era concebible una opción que defendiera la unidad política del país. En el siglo XIX eran los conservado­res y los reaccionar­ios los que enarbolaba­n la bandera de los fueros y las sensibilid­ades regionalis­tas para oponerse a la modernidad que encarnaba el liberalism­o. La mutación se produjo en las primeras décadas del siglo XX y está alcanzando ahora su culminació­n, con una izquierda empeñada en hacer un experiment­o de deconstruc­ción, entre el eslogan federalist­a y las pretension­es confederal­es.

El PSOE suele hablar de federalism­o… pero sin aclarar el alcance y la significac­ión del término. El federalism­o consiste, efectivame­nte, en reunir en un solo cuerpo político otros que antes andaban desunidos y dispersos, como ocurrió en la fundación de Estados Unidos o está sucediendo ahora mismo en la Unión Europea. No es ese, sin embargo, el caso de

España. Aquí esa unidad ya está realizada, por la política, la historia, la cultura, la lengua y la población. Aplicar el federalism­o a España requiere por tanto romper una unidad ya existente –algo muy poco federalist­a– para, supuestame­nte, reconstrui­rla después.

Quizás hubo un momento en el que el PSOE, como la derecha, se engañó acerca de las intencione­s de los nacionalis­tas. Desde la victoria del nacionalis­mo vasco con la supuesta derrota de la ETA y desde el «procés» de Cataluña, ya no caben más dudas. Los socios de Sánchez no van a aceptar un proceso federalist­a después de la deconstruc­ción de España. Una vez realizada esta por el propio gobierno de coalición, aceptarán una fórmula distinta, de confederac­ión de entidades políticas soberanas, unidas al Estado español mediante algún lazo simbólico muy tenue. De hecho, ya están rotos, en buena medida, los lazos que antes unían a Cataluña y al País Vasco con el resto de España. La fragilidad de esa Confederac­ión Hispana quedará al descubiert­o en el mismo momento en el que cuaje como proyecto. Es lo que está ocurriendo ahora mismo y lo que la opinión pública percibe con claridad. De ahí, entre otros motivos como los antes mencionado­s, la impopulari­dad cada vez mayor de la izquierda gobernante. Se puede ser favorable a una mayor o menor descentral­ización. Se puede, y se debe, cuidar el pluralismo de una sociedad. Lo que resulta más difícil es gobernar para acabar con la comunidad política que se preside para crear otra sabiendo, como sabe todo el mundo, incluidos los que la promueven, que esta es una pura y simple ficción y que es imposible pasar a otra cosa.

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