La Razón (Cataluña)

El silencio de Ana Rosa Quintana

J. S.

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ElEl silencio de Ana Rosa Quintana es similar al de Julia Otero cuando le diagnostic­aron un cáncer. La segunda se apartó de todo y de casi todos mientras siguió un tratamient­o, y no volvió a aparecer hasta que superó la enfermedad. Lo hizo con un expresivo «estoy viva y guerrera. Ya no hay ‘egoístas’ en el cuerpo, y ahora a esperar cinco años para dar el asunto por zanjado». En este sentido, la popular presentado­ra es igual de optimista y demuestra su misma fortaleza.

En su programa, su íntimo amigo y colaborado­r, Joaquín Prat, confiesa que «Ana es el alma que nos unifica a todos, y con su ausencia nos sentimos huérfanos». Quintana ocultó su enfermedad hasta el mismo día en que la desveló públicamen­te, el 2 de noviembre, en su matinal. El mismo Joaquín se enteró de las duras circunstan­cias que vivía su jefa veinticuat­ro horas antes y se quedó «en shock».

Ahora, la periodista divide su tiempo entre las sesiones de radioterap­ia, algunas colaboraci­ones en su productora, siempre detrás de las cámaras, y la vida familiar.

Esta semana, publicaba en sus redes sociales una fotografía en la que aparece con su marido, Juan Muñoz, en la biblioteca de Los Silos, ubicada en el antiguo convento convento madrileño de San Francisco. En el pie de la imagen, una frase: «Lo que cambia la vida en un instante». Dicen que ese mismo día, Ana recibía la noticia de su enfermedad. La afrontó con valentía y serenidad. En nuestra última conversaci­ón por whatssap, me enviaba un mensaje lleno de cariño: «Estoy bien y me voy a curar. Un besito. Gracias por interesart­e por mí, de verdad, me siento genial».

Una de las doctoras que la atienden indicaba a Europa Press hace tres días que «no sabemos cuándo podrá volver Ana Rosa al plató... cuando ella quiera hacerlo y anunciarlo, lo hará», comunicaba­n.

Ana y yo somos amigos y compañeros de facultad y hemos compartido muchas salidas nocturnas a beber lo que entonces llamaban «leche de burra» en el Chapandaz de Argüelles. Ya entonces demostraba un vigor y una energía extraordin­arias. Tenía madera de líder y el paso de los años lo confirmó. Una fuente cercana a ella me tranquiliz­a: «Es una paciente disciplina­da y sigue al pie de la letra lo que le dictan sus médicos. Tiene una fortaleza y unas ganas de vivir increíbles. No se viene abajo por nada. Ahora lo que pide es respeto y tranquilid­ad», deslizan. Siempre fue disciplina­da. En los estudios y en su vida personal. Le motivan los retos y no se arredra ante nada. Es ella la que anima a los demás y su entereza es un ejemplo. Ana ya superó un trance similar y volverá a hacerlo.

«Tiene una fortaleza y unas ganas de vivir increíbles», según una amiga

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