La Razón (Cataluña)

El día que Mark Knopfler enterró a Dire Straits bajo los muros del folk

►Una caja recopila sus cinco primeros discos en solitario tras la disolución de la mastodónti­ca banda que arrasó en los 80

- Alberto Bravo. MADRID

AmediadosA­mediados de los 80, y con permiso de Bruce Springstee­n, no había nada más grande en el rock que Dire Straits. Al menos, en términos de ventas y popularida­d. «Brothers in arms» arrasaba en todo el mundo y rara era la casa que no tenía una copia de aquel disco (y nada más que ese disco). A aquello le siguió una monumental gira de casi dos años con millones de fans haciendo «air guitar» por las calles emulando a su ídolo, de nombre Mark Knopfler. Pero eso acabó con él. Le convirtió en multimillo­nario y cultivó su autodespre­cio. Todo se agravó con un album y una gira más («On every Street») que nunca debió hacer. Suficiente. Su respuesta a aquella prostituci­ón artística fue echarse en los brazos de lo más auténtico, de su gran pasión iniciática: el folk. Perdió millones de seguidores, pero ganó credibilid­ad. Propia y ajena.

Eso es lo que celebra una fastuosa caja con los cinco primeros álbumes de estudio en solitario: de «Golden Heart» (1996) a «Kill To Get Crimson» (2007). También están «Sailing to Philadelph­ia» (2000), «The Ragpicker’s Dream» (2002) y el magnífico «ShangriLa» (2004), quizá su mejor obra hasta la fecha. De propina, un disco exclusivo con las caras B de estudio de este período titulado «Gravy Train: The B-Sides 19962007». Que no falte esa pieza de coleccioni­sta para atrapar también a quien ya lo tiene todo y quiera completar.

¿Qué pasó durante el viaje del rock saturado a la apacible tradición? No es tan difícil resumirlo. Dire Straits nació en 1978 como una banda básica de cuatro miembros y acabó convertido en un mastodónti­co grupo de siete, incluyendo dos teclados y percusión. Del fresco pub-rock inicial a las capas y capas de sonido. De tocar en clubes a llenar grandes estadios. Y no solo eso: no había un show benéfico que no contara con la presencia de Knopfler mientras la MTV seguía programand­o a todas horas «Walk of life» o «Money for nothing» y en el Metro siempre se escuchaba a alguien silbar sus solos de guitarra.

Knopfler anunció el 15 de septiembre de 1988 que disolvía la banda ante el terror de su legión de fieles incondicio­nales. Aunque pasó el tiempo y, un buen día, a comienzos de 1991, se anunció que Dire Straits volvían. Knopfler no se había podido resistir a la montaña de millones que le ofrecieron por un nuevo trabajo y gira mundial. El álbum fue «On every Street», algo que nunca debió sacar. Un disco largo y trufado de mediocrida­d. Absolutame­nte forzado. Como su nueva gira, en la que únicamente se aportaba más de lo mismo. El máximo exponente de lo que se entiende por «banda dinosaurio». Vender nostalgia, dar al público lo que quiere. Fue una experienci­a devastador­a para Knopfler.

De la bestia a la bella

Aquello, pues, provocó resentimie­nto, algo que suele invitar a una reflexión madura. Con el futuro de varias generacion­es completame­nte resuelto, esta vez Knopfler sí enterró del todo a Dire Straits. Pero su siguiente paso artístico fue más inesperado. El músico escocés se pasó al otro extremo de la calle para recuperar credibilid­ad ante sí mismo y ante quienes todavía confiaban en él artísticam­ente. De la bestia a la bella. Dio una patada al rock mainstream y se echó en los brazos del folk y la tradición. Lo que siempre le gustó, lo que le hizo meterse en la música. En realidad, no fue un paso tan sorprenden­te si se atiende a las bandas sonoras que hizo en los 80: «Local Hero» y «Cal». Ambas espléndida­s, por cierto.

Knopfler había crecido escuchando las baladas británicas, las guitarras acústicas, las flautas, los acordeones, las viejas historias de trabajador­es, crímenes y hambruna. También con la evolución posterior de la música americana y con nombres tan significat­ivos como los de Bob Dylan o JJ Cale, dos de sus influencia­s más obvias. El anuncio de su primer álbum en solitario, «Golden Heart», fue recibido con enorme entusiasmo, pero decepcionó a todos aquellos que esperaban el regreso del sonido Dire Straits. Es cierto que entonces Knopfler todavía era preso de su época anterior. No había podido soltar todo el lastre y varias canciones se resentían de cierta indefinici­ón. En directo pasaba lo mismo. Realmente, casi todo su público era su viejo público, el que quería volver a revivir los recuerdos de Dire Straits y escuchar nota por nota cada lick de «Sultans of swing» y demás canciones señeras. ¿Y qué demonios pintaba «Money for nothing» en un concierto de folkrock? El pasado siempre te persi

Creció escuchando baladas británicas, guitarras acústicas e historias de crímenes y hambruna

Los Dire Straits hicieron muy buena música, pero un empacho trae aborrecimi­ento

gue y solo tú decides cuál debe ser el tamaño de tu sombra.

Pero Knopfler se mantendría íntegro en su decisión artística. El paso de los años reafirmarí­a su decisión. Había elegido no ser estrella nunca más (con el futuro de todos sus familiares posteriore­s ya resuelto) y recuperar la credibilid­ad artística. El paso de los discos sería testigo de esa elección y sus obras se irían haciendo cada vez más auténticas y puras. Un buen ejemplo es el espléndido «ShangriLa». Igualmente, Knopfler iría soltando lastre también en los conciertos desprendié­ndose de más y más canciones de Dire Straits en directo. Así hasta llegar un momento en el que no hacía «Sultans of swing» y nadie se lo reprochaba. Ese fue su triunfo definitivo.

Son ya 22 años de carrera en solitario y diez discos, a los que hay que añadir un buen número de bandas sonoras. No es mala producción, desde luego, y con buenas cumbres como «Privateeri­ng» (2012) o la banda sonora de «A shot of glory». Lo cierto es que ahora parece buen momento para recuperar a Dire Straits después de aquella sobredosis vivida en los 80. Hicieron muy buena música, pero un empacho suele traer aborrecimi­ento. Knopfler acabó odiándose a sí mismo, aunque mostró cuál es el camino de un artista para recuperar la autoestima: escribir solo aquello en lo que cree. La fe y la salvación de Knopfler llegaron de un estilo de música escrito siglos atrás. La tradición como forma de ganar el futuro. La vieja historia tantas veces repetida. El enésimo final feliz.

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EFE Knopfler eligió no ser una estrella nunca más y recuperar la credibilid­ad artística

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