Lo de los apellidos
EnEn un mundo patriarcal construido en la fuerza física como valor supremo, y siendo el poder de ellos, es normal que se haya impuesto el del hombre como primer apellido de los hijos. En Europa, salvo nuestro coherentes vecinos portugueses en los que consta primero el apellido de la madre y después el del padre, así es. En unos países se consignan los dos; en otros solo los del varón; en otros se elije el orden. Pero lo habitual es que ellos pugnen por conservar el apellido a través de sus descendientes y que, por lo tanto, deseen ardientemente tener un niño para que tampoco lo pierdan sus nietos. En realidad, tener este deseo tan apegado no deja de ser un poco lerdo, es como querer transcender por no hacer más que nacer y ser nombrado. ¿No sería mejor elegir el apellido primero por una cuestión filosófica o estética o emocional? ¿No es hacer la pascua a la criatura ponerle Feo o García de primera opción? Pues así sigue siendo. No tiene desperdicio la información de Cuenca a este Diario: «No fue hasta 1889, con la creación del primer Código Civil español, cuando se estableció el uso oficial del apellido materno y paterno hasta convertirse en una norma obligatoria que servía para identificar de una forma eficaz y fiable a los españoles». Vean, fue anteayer y con intención de controlarnos. Y solo muchos años después, 2010, en este país nos dejan elegir cuál de los apellidos irá el primero. ¿Cuántos futuros padres hablan de esto? Todavía son escasos los que aceptan ir en segundo lugar. Estoy segura de que si yo se lo llego a proponer al padre de mi hijo hubiese habido crisis de pareja. Pero es que mientras la competitividad sea el motor de la vida, todos querremos ir delante. Aunque sea «mataos».
«Lo habitual es que ellos pugnen por conservar el apellido»