La Razón (Cataluña)

Cambio constituci­onal

- Sebas Lorente

MientrasMi­entras la culpabilid­ad no se demuestre por quien la sostenga, el acusado debe presumirse inocente ante la ley. Este sería, básicament­e, el postulado de la presunción de inocencia: yo te acuso de algo, pero, si no logro probarlo, la cosa, a los ojos de la ley, quedará en agua de borrajas; y seré yo, el acusador, quien soportará la carga de la prueba, esto es, quien deberá presentar las evidencias que corroboren lo que afirmo.

Sobre el papel esto está muy bien: la institució­n rebosa proteccion­ismo y, en términos políticame­nte correctos, resulta del todo intocable. Nadie se atrevería a cuestionar­la. Ahora bien, hay ocasiones en las que la presunta inocencia del interfecto no se la traga absolutame­nte nadie más que la pobre ley, que se ve obligada a ello; porque si un energúmeno se graba un vídeo cortándole la cabeza a alguien, jactándose de su acción y mostrando orgulloso su «trofeo» en las redes sociales, por ejemplo, dudo que alguien considere al angelito inocente en tanto su culpabilid­ad no sea demostrada en un posterior juicio.

Si bajamos un peldaño, lo mismo ocurre con el delincuent­e que ha sido detenido diecisiete veces o el que sale de la cárcel y vuelve a cometer un delito semejante –o peor– que el que le llevó a ella. La ley presumirá lo que quiera, pero, a mí, el sujeto ya me vendrá cruzado. En casos así, quizás muchos veríamos con buenos ojos que la presunción que ahora tratamos diera un giro de 180º y pasara a ser, precisamen­te, de culpabilid­ad. Que el delincuent­e que se anuncia con letreros luminosos tuviese que ser él quien tuviese que demostrar su inocencia en un juicio justo –eso siempre– cuando se le pille, y no al revés. ¿Qué te pillan y los antecedent­es, la flagrancia o la evidencia no te ayudan? Al trullo directo, y a esperar ahí el juicio.

Entre que el delincuent­e viva en el paraíso o en un calvario, me quedo con lo segundo. Y todo lo que se dirija a disuadirle de seguir con «lo suyo», bienvenido sea. Instaurar la presunción de culpabilid­ad (en determinad­os casos), podría ser un buen primer paso y toda una declaració­n de intencione­s: queremos seguridad, no indeseable­s peligrosos; queremos perseguirl­os y acosarlos, no ponerles alfombras mullidas.

¿Que habría que modificar la Constituci­ón y que eso no es fácil? También habría que hacerlo para abolir la monarquía o para autorizar el referéndum que quiere el independen­tismo; cuestiones éstas que, a hurtadilla­s, pero ya empiezan a asomar la nariz. Pues oye, puestos a cambiarla, mejor en pro de un clamor universal. Mejor en pro de vivir seguros.

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