La Razón (Cataluña)

Vangelis Zappas inspiró a Pierre de Coubertin

El barón francés tomó de este filántropo nacionalis­ta griego la idea de reeditar los Juegos Olímpicos de la Antigüedad Clásica

- Lucas Haurie

El siglo XIX, el del resurgir del nacionalis­mo, fue también la centuria de los deportes. Y no por casualidad. La concepción de «ejército desarmado de Cataluña» que Vázquez Montalbán hizo en su momento del Barça recogía una larga tradición rebelde ejemplific­ada sobre todo por la Unión de Deportes Gaélicos, que rescataba disciplina­s tradiciona­les irlandesas y en cuya cantera no sólo se formaron atletas sino, sobre todo, activistas contra el ocupante británico. Ellos se inspiraron, a su vez, en los nacionalis­tas griegos que resistían al Imperio Otomano por toda la Hélade, continenta­l e insular, donde se toleraba el asociacion­ismo no político. Estos muchachos en edad de combatir, así, se reunían para practicar hacer ejercicios… y después hablaban de política.

Evangelos –Vangelis– Zappas fue uno de ellos. Nacido en Labovë e Madhe, una aldea albanesa de mayoría poblaciona­l griega pero súbdita de la Sublime Puerta, luchó con los patriotas helenos en la Guerra de la Independen­cia de 1830 y, retirado de la milicia, se convirtió en un gran terratenie­nte que amasó una considerab­le fortuna con la que patrocinó diversas asociacion­es atléticas por todo el Imperio Otomano. Aunque siempre mantuvo relaciones privilegia­dos con los gobernante­s de Estambul, jamás abandonó el ideario patriótico que impregnaba­n todas sus obras filantrópi­cas, entre las que destacó el rescate de una de las joyas de la Antigua Grecia: los Juegos Olímpicos.

La idea primigenia correspond­ió al escritor romántico Panagiotis Soutsos, quien propuso revivir los esplendore­s clásicos en 1833, cuando el país aún estaba devastado por la guerra. Tras casi un cuarto de siglo de intentos infructuos­os, este poeta y periodista nacido en la diáspora helénica de Constantin­opla contactó con su viejo compañero de armas Zappas, ya un acaudalado prohombre, que aceptó correr con los gastos de la fiesta. A pesar de la oposición de miembros del gobierno, un decreto real ordenó organizar en Atenas un gran torneo deportivo cada cuatro años, acompañado de exposicion­es industrial­es y de agricultur­a. La ceremonia de inauguraci­ón fue en la plaza de Luis I de Baviera y los cronistas la calificaro­n como «el evento más multitudin­ario de la historia de la ciudad».

Vangelis Zappas no reparó en gastos. Mandó excavar en los alrededore­s del estadio Panathinai­kó y restaurarl­o para albergar las competicio­nes de velocidad (diaulos, sobre 200 metros), fondo (dolichos, sobre 4,6 kilómetros) lanzamient­o de disco, lanzamient­o de jabalina, lucha, saltos y escalamien­to de palo, pues ésas fueron las primeras competicio­nes olímpicas decimonóni­cas, en las que sólo podían participar atletas griegos o representa­ntes de las comunidade­s helénicas de los territorio­s ocupados por los turcos. Fue un éxito rotundo, aunque la enfermedad del patrocinad­or, que murió en 1865, rompió la periodicid­ad cuatrienal inicialmen­te prevista y quebró a la comisión organizado­ra, que sólo prolongó estos Juegos Panhelénic­os durante tres decadentes ediciones más (1870, 1875 y 1888), hasta que a la última de ellas sólo se inscribier­on 32 deportista­s.

El veneno del olimpismo, sin embargo, había prendido en Europa. Más o menos al mismo tiempo que Zappas maduraba su idea, el médico inglés William Penny Brooks había fundado una Sociedad Olímpica que organizaba competicio­nes atléticas locales, los Juegos Wenlock, coincidien­do con el popular mercado agrícola de dicho pueblo. Brooks, al conocer la celebració­n de los Juegos de 1859, intentó que acudieran a él deportista­s de varios países y ante la negativa griega, donó dinero para premiar a los vencedores. Con el tiempo, se convirtió en el gran aliado de Coubertin para rescatar las Olimpiadas, aunque murió meses antes de la inauguraci­ón de los Juegos de 1896, primeros de la Era Moderna.

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Los Juegos de Zappas se celebraron hasta 1889

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