«Hay que acabar con la dictadura del vehículo privado» Alfredo Semprún
NoNo hay, señora ministra, mayor canto a la libertad individual que el utilitario. Basta con ponerse en la piel de aquellos de nuestros nuevos conciudadanos llegados de países donde tener coche es un lujo al alcance de unos pocos y que, tras años de esfuerzo, se ven al volante de un vehículo, probablemente, de segundamano,peroque,porejemplo, te saca un domingo de los calores de la ciudad o, en el crudo invierno, te lleva confortablemente al puesto de trabajo. Sí, el coche es el paradigma de la libertad y, precisamente, por ello, pagamos un alto precio. El coche abre al ciudadano del común nuevos espacios laborales, de asueto y residenciales, pero, sobre todo, permite alejarse, aunque sea sólo una tarde, de los ambientes tóxicos que crean esas ideologías prohibicionistas de todo lo que no se ajusta a su cánones. Un café en la sierra, compensa los penosos espectáculos de esos espacios-públicos-ganados-para-lagente, en los que no faltan cuentacuentos, talleres, dinamizadores dinamizadores culturales, titiriteros y malabaristas. Una terraza en la lejana y acogedora Majadahonda, que es mi pueblo, te ahorra el engorro de las áreas peatonales y el metro hostil. Cierto, es una lástima, que nuestras ciudades se han quedado pequeñas para los coches, aunque uno tenga la sospecha de que más que encoger, han sido prolijamente empequeñecidas. Sospecha, señora ministra, sustentada en lo que, seguramente, a usted le parecerá una tontería: que no hay manera de que los políticos y los funcionarios renuncien a sus plazas de aparcamiento privilegiadas.