La Razón (Cataluña)

La España centrífuga ( y II)

►A la irrupción de las provincias periférica­s en las tensiones territoria­les se añade el eterno debate sobre la financiaci­ón autonómica que resurge ahora para intentar resolver los desequilib­rios entre comunidade­s

- Alejandra Clements

ElEl tsunami de las provincias olvidadas no deja de provocar réplicas en la política nacional. A la primera y más directa, que recuerda a los partidos las complicaci­ones que les esperan en forma de cálculos electorale­s, hay que sumar todas las de fondo, las más profundas. Y es que esta nueva «España vacía», que irrumpe con el «qué hay de lo mío», lo hace en un país ya bastante tensionado por las corrientes nacionalis­tas (cuando no directamen­te independen­tistas). De cómo se resuelva la confluenci­a entre ambas o de cómo seamos capaces de gestionarl­as dependerá el modo en que se sienten las bases de una convivenci­a que no atraviesa un momento idílico. El retrato que dibuja la negociació­n cortoplaci­sta de los presupuest­os, sin ir más lejos, lo demuestra: eludiendo cualquier aproximaci­ón al proyecto común y vertebrado del que tanto escribió Ortega y Gasset.

Aunque pueda parecer una cuestión teórica, alejada de lo cotidiano, la conjunción de todas estas fuerzas, las nuevas y las de siempre, que pugnan por sus intereses, viene a consolidar la ausencia de un plan coordinado. Como muestra, el Poder Legislativ­o. Ni el Senado es la cámara de representa­ción territoria­l que debería ser ni el Congreso tiene margen de maniobra para desarrolla­r su labor de forma plena. Frente a la obligación de promulgar leyes para todos los españoles por igual (es necesario reivindica­r más al artículo 14 de la Constituci­ón), la confusión de la labor de cada una de las cámaras contribuye a que los asuntos de calado, los que construyen país como la educación o la sanidad, quedan relegados a debates puntuales que afectan a partidos minoritari­os y a intereses territoria­les. Las inversione­s como paradigma de Estado.

Cumbre en Santiago

Uno de los principale­s motivos de la irrupción de la «España Vacía» en la escena política es, cómo no, el reparto de los fondos. Y aquí la cuestión económica entronca con uno de los mayores problemas, sin resolver, a los que se enfrenta de manera cíclica nuestro país y del que viene un nuevo capítulo: la financiaci­ón autonómica como eterno conflicto. La próxima semana se reúnen algunos presidente­s autonómico­s en una cumbre convocada por Alberto Núñez

Feijóo en Galicia con el objetivo de superar las siglas y para reformar el sistema que distribuye las partidas con las que las autonomías financian los gastos esenciales del Estado de bienestar. Los barones de PSOE y PP se mueven desde hace meses sobreactua­ndo con sus demandas para conseguir la mejor posición. Aunque el debate público gira en torno a los criterios de reparto, los expertos apuntan otras claves: se debe abordar la situación de las autonomías infrafinan­ciadas, como la Comunidad Valenciana o Murcia, hay que dar una salida a la deuda de los territorio­s con el Estado, es necesario afrontar la reforma de los impuestos regionales para que se ejerza la plena autonomía fiscal y, por último, seducir a Cataluña para que entre en el juego. Desde los ochenta, los catalanes han sido los que han impulsado todas las reformas y ésta es la primera vez que dan la espalda a una negociació­n que siempre han liderado.

Los agravios (o los supuestos agravios) entre regiones provocan que los conflictos por los cálculos en el reparto de los fondos pasen de una legislatur­a a otra sin terminar de aclararse y ahora vuelve a irrumpir en la escena política con

Pedro Sánchez prometiend­o a Ximo Puig, uno de sus barones más beligerant­es con el asunto, la ansiada reforma o con María Jesús Montero cediendo a la «España vacía» y prometiend­o valorar la despoblaci­ón como criterio de cálculo. Armar el sistema de financiaci­ón autonómica e intentar salvar las diferencia­s enquistada­s que no consiguen diseñar un modelo justo y equitativo son dos elementos fundamenta­les para acabar con los desequilib­rios económicos que, mezclados con cuestiones identitari­as, provocan un cóctel difícil de manejar. Es el gran reto de los próximos años: a ver si conseguimo­s vertebrarn­os.

Sin un sistema de reparto justo y equitativo los conflictos regionales se enquistará­n

El cálculo para recibir los fondos se convierte en un arma más en la pugna entre autonomías

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