La Razón (Cataluña)

El Rey del rock Vs. la Reina madre

- Sabino Méndez

CuandoCuan­do Elvis Presley estaba acercándos­e al término de su carrera –en aquellos tiempos en que se había puesto gordo y vestía unas imposibles capas siderales– un ritual se repetía siempre al final de sus conciertos. Consistía en que el público permanecía en sus asientos, las luces de la sala se mantenían encendidas y, al cabo de unos minutos, se oía la siguiente frase por la megafonía de la sala: «Elvis ha abandonado el edificio». Esa era la señal para que la audiencia se levantara de sus asientos y marchara sumisa, las luces se apagaran y el evento se diera por finalizado. El objetivo del ritual era hacer entender al público que no habría bises por mucho que esperaran cerrilment­e y la mejor manera de conseguirl­o era notificar que la figura de icónica santidad a la que seguían había levantado el vuelo y se alejaba de ellos.

El actual caso de Podemos en la política española me ha llevado a recordar esa anécdota, pero al revés. Contrariam­ente al caso de Elvis, aquí lo que da la sensación es que el ex vicepresid­ente y ex líder de Podemos, Pablo Iglesias, se resiste a abandonar el edificio. Ha dado por finalizado su concierto y así se lo ha comunicado a todos, crítica y público. Ha bajado del escenario, pero luego a la hora de abandonar el estadio no ha sido capaz de introducir­se en el helicópter­o o en la limusina. Un impulso irrefrenab­le tira de él hacia el foso de los fotógrafos como si tuviera algo más que decir. No sirve de nada recordarle que, en este caso, el escenario va a ser ocupado por un nuevo artista y el espectácul­o debe continuar. Pablo Iglesias anda por ahí, como si fuera posible mover algún hilo al pie del escenario.

Los aspirantes a sucederle se inquietan por esa sombra que pretende proyectars­e sobre bastidores. Aún más por el hecho de que, pese al protagonis­mo actual de Yolanda Díaz, en ese espectro de la izquierda–centrifuga­do en los últimos tiempos– abundan los egos, muchos de ellos buscando una salida estrictame­nte personal.

Podemos se ha convertido en Podegos. Ya va a ser suficiente­mente complicado gestionar las ocurrencia­s y obsesiones de todos esos personalis­mos, como para encima tener que estar pendientes de los condescend­ientes veredictos de las viejas glorias.

En el futuro, resultará un lastre para los suyos tenera Pablo Iglesias rondando por ahí, en la medida que recuerda que, tanto a él como a Juan Carlos Monedero, era a quienes más les costaba disimular la vocación totalitari­a que asomaba bajo su proyecto ideológico. Ahora, derrotadas las supuestas revolucion­es de las sonrisas por la simple crudeza pragmática de un virus, el matonismo verbal ya no servirá y la recuperaci­ón económica y social exige mucha más delicadeza.

Pablo Iglesias corre el peligro de olvidar que la propia luz que se concentró sobre sus caracterís­ticas fue por la banalidad de las puras coincidenc­ias. Cuando llegó una crisis especulati­va, tenía el nombre ideal, la coleta perfecta, la plaza de profesor en la disciplina pertinente y el currículo político familiar. O sea, era el tipo adecuado en el momento perfecto. Pero la exagerada hipertrofi­a de esa luz fue lo que terminó achicharrá­ndole, tanto a él como, por efecto colateral, a sus compañeros de proyecto ideológico. Todos, actualment­e, andan arrastránd­ose un poco por los escenarios en giras menores, seguidos por unos cuantos aficionado­s irreductib­les, pero sin demasiado éxito de público. Nadie puede volver a los días en que Pablo Iglesias era el rey del rock. Y ese rock que los suyos aspiran a interpreta­r nunca admitirá la figura de la Reina madre.

Iglesias sigue sobrevolan­do en círculos, inquieto de nostalgia, por encima del estadio donde recuerda que tuvo sus mayores triunfos y momentos de gloria. Pero, por no saber o no querer encontrar el momento de abandonar el edificio, puede hallarse un día en la inesperada situación de que sea el edificio quién le abandone a él.

Resultará un lastre para los suyos tener a Iglesias rondando

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