La Razón (Cataluña)

Cuba en transición

►El aplastamie­nto de las protestas del 15-N muestra la brutalidad del Estado policial implantado en la isla. El viejo uso del terror y la porra contra una nueva disidencia liderada por artistas como Yunior García

- Rocío Colomer

García puede hacer reflexiona­r a una izquierda que glorifica el modelo socialista cubano

Una generación sin conexión con la Revolución se ha convertido en el motor del cambio

ManuelManu­el Cuesta Morúa salió de su casa este lunes para participar en las marchas a favor de la democracia que había convocado junto con el Grupo Archipiéla­go, pero nada más poner un pie en la calle fue detenido por las fuerzas especiales desplegada­s por el régimen para impedir una nueva jornada de protestas como la del 11 de julio. Cuesta Morúa, vicepresid­ente del Consejo para la Transición Democrátic­a en Cuba, estuvo en la cárcel hasta el 16 de noviembre. Las detencione­s de figuras históricas de la oposición se sucedieron durante las semanas previas al 15 de noviembre. Entre ellas, Berta Soler, de las Damas de Blanco, y su marido el ex preso político, Ángel Moya; Guillermo Fariñas, Premio Sájarov del Parlamento Europeo a la libertad de conciencia, o José Daniel Ferrer, presidente de Unión Patriotica de Cuba, uno de los grupos disidentes más importante­s a nivel nacional.

El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, se felicitó por haber aplastado las Marchas del Cambio, pero no se dio cuenta de que se ha convertido en el emperador desnudo del cuento de Hans Christian Andersen. El cerrojazo impuesto el 15-N ha vuelto a mostrar la brutalidad del Estado policial cubano. El viejo uso del terror y la porra contra una nueva disidencia liderada por artistas, cineastas, actores, periodista­s o escritores. Es el caso de Yunior García, dramaturgo cubano e impulsor del Grupo Archipiéla­go. Ha sido el rostro de la oposición cubana en el último año, pero la campaña de acoso a la que le ha sometido el régimen para hacer descarrila­r las protestas pacíficas le ha hecho mella. García cogió el 17 de noviembre un vuelo comercial con destino a Madrid. El dramaturgo temió seguir los pasos del artista visual Manuel Otero Alcántara, que permanece en la prisión de máxima seguridad de Guanajay. La salida de García ha dejado una sensación de orfandad entre los jóvenes de La Habana y él no ha ocultado su sentimient­o de culpa. Fidel Castro utilizó las oleadas del exilio, ya fuera en 1980 o en 1994, para deshacerse de los opositores políticos, con la convicción de que una vez en Madrid o Miami se volvían menos peligrosos para Cuba. Pero cuidado con el «efecto boomerang». Yunior García tenía que elegir entre el silencio en la isla o la palabra fuera. Y escogió la segunda opción.

La izquierda siempre ha glorificad­o a La Habana como un modelo socialista a seguir por los países en vías de desarrollo. Las protestas del 11-J contra la miseria y el hambre y la frustrada del 15-N contra los encarcelam­ientos políticos pueden contribuir a despertar conciencia­s entre los biempensan­tes. De eso está segura Elena Larrinaga, directora ejecutiva de Red Femenina de Cuba, una organizaci­ón que opera en la isla, pero se gestiona desde España. «El testimonio de Yunior García, joven, artista y de izquierdas, puede llegar llegar a convencer a los más renuentes», reflexiona.

Larrinaga considera que la isla se enfrenta a un momento crucial: «No hay marcha atrás». La pandemia del coronaviru­s ha expuesto la crisis estructura­l del sistema de partido único y la incapacida­d de las autoridade­s comunistas para dar una respuesta adecuada. «El régimen está sufriendo un fallo multiorgán­ico», resume. Esta activista por los derechos humanos explica cómo las madres de Red Femenina animaron a sus hijos «con todo el dolor del mundo porque sabían a lo que se enfrentaba­n» a salir a las calles el 11 de julio. Muchos de ellos siguen todavía en la cárcel. El Observator­io Cubano de Derechos Humanos estimó en octubre que 229 personas continúan detenidas desde el 11-J, algunas con penas de más de 12 años. En Cuba todas las previsione­s sobre un final del régimen han terminado en fracaso, pero Larrinaga ve señales claras de agotamient­o. «Raúl Castro está muy enfermo, veremos si el régimen se mantiene unido una vez que él ya no esté», sostiene. Ve a los jóvenes, una generación sin una conexión con la Revolución, como el motor del cambio. No les deben nada.

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