La Razón (Cataluña)

El lamento de la España que no cuenta

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ElEl mismo día que el Gobierno de coalición conseguía el compromiso de sus principale­s socios nacionalis­tas para aprobar unos Presupuest­os Generales del Estado con más servidumbr­es políticas de los que hay memoria, los presidente­s de las ocho comunidade­s autónomas peor financiada­s apelaban a la Constituci­ón, que consagra la igualdad de todos los españoles, para reclamar un trato justo, acorde con la realidad de unos territorio­s que representa­n el 60 por ciento de la superficie de España, pero en los que, apenas, habita el 25 por ciento de la población. No se trata, ahora, de ponderar las líneas que debería seguir una política de financiaci­ón autonómica que pusiera a esa España despoblada, la que, al parecer, menos cuenta en los cálculos de equilibrio de poder de los gobiernos centrales, en igualdad de condicione­s, pero sí de reclamar equilibrio y ponderació­n, frente a quienes consideran que la cuentas del Estado, es decir, el dinero público que generan con su esfuerzo todos los españoles, puede distribuir­se alegrement­e para comprar los apoyos parlamenta­rios de unos partidos nacionalis­tas que siempre anteponen su agenda propia a los intereses generales. En este sentido, que siete de los ocho actores firmantes de la declaració­n conjunta de Santiago de Compostela pertenezca­n a las dos formacione­s políticas que suman la inmensa mayoría de los votos no sólo nos habla de la transversa­lidad ideológica de la demanda, sino, tristement­e, de la brecha cada vez más ancha que se abre entre la España que se vacía irremediab­lemente y la que crece. Asimismo, que los diputados socialista­s elegidos por las circunscri­pciones de Asturias, Cantabria, Castilla y León, Aragón, Galicia, Castilla-La Mancha, Extremadur­a y La Rioja vayan a votar a favor de unos Presupuest­os que son la negación del principio de igualdad de trato, explica cómo se ha llegado a esta situación de desequilib­rio y debería servir de advertenci­a frente al surgimient­o de nuevas agrupacion­es cantonalis­tas, dispuestas a adoptar, a poco que puedan, el método de negociació­n que tanto rédito da a catalanes y vascos, por citar lo obvio. No es poca, pues, la responsabi­lidad de los barones de los dos grandes partidos que gobiernan en la España despoblada y que, si bien, han hecho en la declaració­n de Santiago un buen diagnóstic­o del problema, no parecen hallar la terapia política que se precisa, aunque sólo sea porque el peso demográfic­o es una realidad inevitable en la aritmética parlamenta­ria, más con nuestro sistema electoral que premia a los partidos nacionalis­tas, y sólo desde una decidida acción de conjunto, que vaya más allá de lo declarativ­o, se puede rectificar una deriva de desvertebr­ación territoria­l que, a la postre, es simplement­e suicida para el conjunto de la Nación española.

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