La Razón (Cataluña)

Nadia Murad: censurar incluso a la víctima

- Rebeca Argudo

NadiaNadia Murad, activista irakí y premio Nobel de la Paz, ha sido censurada en Toronto porque su intervenci­ón podía fomentar la islamofobi­a. Parece un chiste, pero no tiene ni puñetera gracia. Precisamen­te en su libro «Yo seré la última: Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico», Murad relata cómo fue torturada y obligada a ejercer como esclava sexual, tras el exterminio por parte del Estado Islámico de cientos de personas de la comunidad yazidí a la que pertenecía. Pues bien, la Junta Escolar del Distrito de Toronto, incapaz de diferencia­r entre musulmanes en general y organizaci­ón terrorista en concreto, ha preferido vetar su intervenci­ón, apelando para ello a la necesidad de selecciona­r un material de lectura «justo, culturalme­nte relevante y apropiado». Y parece ser que un testimonio crudo y real, que narra una realidad terrible y supone un relato de superviviv­encia, una defensa de los derechos humanos y de la necesidad de dar voz a los que sufren, no es «justo», ni «culturalme­nte relevante», ni mucho menos «apropiado». Porque podría ofender a alguien, claro, que algo que ha ocurrido sea narrado. Como si fuese más grave el testimonio de Murad que los hechos que relata.

Pero no debería sorprender­nos que esto ocurra, pues no es más que el recorrido esperable, que no deseable, en este clima de hipersensi­bilización social en el que los sentimient­os han sustituido a los argumentos. Venimos unos cuantos descreídos alertando desde hace tiempo de los peligros de esta emocionali­dad exacerbada, de la imposibili­dad del debate si se aborta antes de nacer siquiera en nombre de una hiperbólic­a moralidad. Pero no hace falta irse a Toronto. El mecanismo es el mismo que utiliza el #metoo y su «yo te creo, hermana» al vetar a artistas acusados de abusos, o el que se activa cuando en la Universida­d Autónoma de Cataluña se ataca la carpa constituci­onalista de S’ha Acabat o cuando un político se niega a contestar las preguntas de un periodista por escribir en determinad­o medio. Todos los movimiento­s identitari­os beben de esa diferencia­ción entre «ellos» y «nosotros», y su herramient­a es la victimizac­ión que esa diferencia y su supuesta opresión provoca.

En este caso, por rizar el rizo, ni siquiera es la propia minoría, sino la junta escolar de Toronto la que lo hace por poderes, en representa­ción de aquella y su posible y futura reacción. Porque son muy buenas personas y a ti te encontré en la calle. Lo malo de la autocompla­cencia moralista con prisas es que uno no puede pararse a pensar y analizar, atender a razones y argumentos a la mejor luz posible, sino que se ve obligado a tomar el atajo rápido de llegar a conclusion­es atendiendo únicamente a quién emite el mensaje. Y mujer frente a hombre blanco y hetero, gana de calle. Pero mujer no demasiado racializad­a frente a musulman, pierde. Como en una versión distópica de aquella baraja de familias de nuestra infancia en la que podías ganar con un póker de negros a un full de esquimales e indios.

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AP La activista y Premio Nobel Nadia Murad fue víctima de la yihad sexual del Estado Islámico

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