La Razón (Cataluña)

La aspereza teatral de Cervantes

- Raúl LOSÁNEZ

Autor: Cervantes. Directora: Ana Zamora. Intérprete­s: José Luis Alcobendas, Javier Lara, Alejandro Saá, Irene Serrano, Isabel Zamora... Teatro de la Comedia, Madrid. Hasta el 30 de diciembre.

La directora Ana Zamora se ha embarcado en otra aventura tan difícil como suelen ser todas las suyas: en este caso, la puesta en escena de la desabrida tragedia de Cervantes «El cerco de Numancia» en una coproducci­ón de su compañía, Nao d’Amores, con la Nacional de Teatro Clásico. La función, que se ha titulado simplement­e «Numancia» en este montaje, cuenta los últimos días de dicha ciudad celtíbera, sitiada por los romanos al mando del general Escipión, y el suicidio colectivo que llevan a cabo sus habitantes antes de tener que rendirse. Si la relación indisolubl­e entre los conceptos de libertad y dignidad es uno de los temas fundamenta­les en toda la literatura de Cervantes, no iba a ser esta tragedia una excepción. Lo que pasa es que el escritor alcalaíno enmarca esta vez su asunto favorito en una trama muy plana, de lento desarrollo y escasa poesía. Ni siquiera es capaz de dar altura lírica a las figuras alegóricas que inserta, y que funcionan como personajes evoluciona­dos del coro griego. Como consecuenc­ia, esas figuras no hacen sino fracturar el ritmo de la acción, ya de por sí fatigado. Pero, si detallo estos... digamos «defectos» del texto, es porque son exactament­e los mismos que tiene la representa­ción, pues Zamora –seguro que de forma absolutame­nte consciente– consciente– los ha mantenido y asumido en su propuesta, probableme­nte porque los considera indispensa­bles para plasmar la verdadera esencia del teatro renacentis­ta. De este modo, la función se inclina claramente hacia lo conceptual y lo simbólico en detrimento del juego puramente dramático al que hoy estamos acostumbra­dos como espectador­es. Pero, claro, ese simbolismo cervantino, como digo, es un poco tosco en su poesía, un poco áspero para conmover mínimament­e. De hecho, existe más poesía en las metáforas que ha ideado la directora a la hora de componer sensorialm­ente algunas escenas –resueltas con un ingenio admirable en el lenguaje corporal– que en la propia literatura que las acompaña. En definitiva, todo está hecho con la exquisita minuciosid­ad que es marca de la casa en los trabajos de Nao d’Amores y está defendido en el escenario por un elenco de estupendos profesiona­les con un talento ya fuera de toda duda; sin embargo, el espectácul­o aburre más de lo debido. Y aburre, sencillame­nte, porque es demasiado fiel al original en su propia naturaleza teatral.

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SERGIO PARRA

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