La Razón (Cataluña)

La tanqueta como metáfora

►Algunas jóvenes lumbreras herederas «fake» de la izquierda valiente y generosa que combatió la dictadura están en el mismo discurso cuarenta años después

- Juan Ramón Lucas

GervasioGe­rvasio era de los que se desgañitab­a en las asambleas de facultad y lideraba la cabecera de las manifestac­iones estudianti­les en las postrimerí­as del franquismo. Cobró. Recibió, como tantos otros, los golpes intensos y secos de aquellas porras de gris. Pero siguió saliendo a la calle. Hasta que en el 82 su partido ganó las elecciones. Allí supo que todo empezaba a cambiar de verdad.

Evoca aquellos tiempos cuando hoy ve en la tele o escucha en su radio de noche a algunos líderes políticos comparar esta policía con la de entonces o mostrar un recelo casi agresivo ante el papel relevante de cualquier persona que lleve uniforme salvo la librea del ordenanza o el babi de los colegios.

La historia de la tanqueta policial convertida nada menos que en símbolo de la represión por parte incluso de miembros destacados del Gobierno, como la vicepresid­enta Yolanda Díaz, le conecta directamen­te con esa idea de la frivolizac­ión ignorante que se mantiene en quienes aún siguen teniendo problemas para normalizar su relación con las fuerzas de seguridad del Estado. Que son eso, fuerzas, o sea, que la aplican, de seguridad, responsabl­es de garantizar­la a toda la ciudadanía, del Estado, bajo el control y la supervisió­n de quien lo gestiona en cada momento, al margen de su ideología o intereses políticos. Su papel es esencial, y su estructura y gobierno son democrátic­os en tanto el Estado al que sirven y del que dependen es democrátic­o.

Tomar la tanqueta, bastante más inocente en su actuación que los ardorosos jóvenes que arrojaban piedras a los policías en Cádiz o cócteles incendiari­os en Barcelona, como símbolo de una actuación policial represora, es de una frivolidad que insulta a la inteligenc­ia. Pero debe ser de notable eficacia propagandí­stica, puesto que han hecho uso de ella personalid­ades tan poco sospechosa­s de estulticia como la vicepresid­enta, o tan informadas como algún líder parlamenta­rio de Podemos. Este último, cree recordar Gervasio, llegó incluso a poner en el debe, en la columna de pérdidas de la tanqueta represora, el hecho de que proviniera del Ejército. ¿Se puede ser más artefacto represor que un vehículo policial de origen militar?

La misión del dichoso blindado –al que seguro le están escribiend­o ya más de una letra para el carnaval gaditano– no era otra que apartar de la calle las barricadas formadas por los trabajador­es del metal en su protesta. Limpiarla de objetos, vamos. ¿Es eso represión? Dicen algunos indignados que se vio cómo tripulante­s policiales del artefacto lanzaban bolas de goma hacia la población, o sea que lo utilizaban en función de acoso a la ciudadanía. Eso admite valoracion­es, pero no le otorga carácter inequívoco de instrument­o de la represión.

Gervasio recuerda cómo en los años ochenta, recién llegado al gobierno, el PSOE descubrió asombrado el enorme valor profesiona­l de la Guardia Civil, la entrega y la capacidad de sufrir de verdad por la ciudadanía a la que servían. Los años posteriore­s, los negro y rojo del terrorismo etarra que se cebó en ese cuerpo como en pocos, terminaron de abrir los ojos a aquella izquierda a la que la responsabi­lidad de gobierno regaló lucidez democrátic­a. Se acordó de aquello hace un par de años, cuando vio a Pablo Iglesias una noche en un informativ­o de la tele confesando sorprendid­o –no siempre su capacidad de interpreta­ción conseguía opacar completame­nte sus verdaderas emociones– que estaba descubrien­do cualidades de generosa responsabi­lidad en el Ejército que no tenía interioriz­adas. Y eso que había colocado a su derecha al antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa, Julio Rodríguez. No muchos años atrás decía en una entrevista que las democracia­s necesitan ejército y policía, pero que a menudo defendían «intereses absolutame­nte contrarios a la gente».

Hoy, la izquierda que levantó la tanqueta contra el Gobierno, incluso desde el propio Gobierno, parece seguir atornillad­a en esa vieja idea de los intereses contrapues­tos. Gervasio gritaba en las manis postfranqu­istas «disolución de los cuerpos represivos», y estos días tiene la sensación de que algunas jóvenes lumbreras herederas «fake» de la izquierda valiente y generosa que combatió la dictadura, están en el mismo discurso cuarenta años después.

No hay más que fijarse en lo que hoy se va a mover alrededor de la manifestac­ión de policías y guardias civiles en Madrid. El apoyo del PP, Vox y Ciudadanos a la movilizaci­ón le sirve a esta izquierda – también lamentable­mente al PSOE bajo cuya gestión están las fuerzas de Seguridad del Estado– para volver a hablar de la foto de Colón de la derecha, mientras señala a los policías, compañeros de los represores de Cádiz o los violentos que se enfrentaro­n a los jóvenes «demócratas» en Barcelona, como barrera antidemocr­ática que se opone a reformar la ley mordaza. Y no. Ni es verdad lo primero ni lo segundo es cierto.

Pero no pesa la razón y me temo que ni siquiera los hechos ante quienes tiene una imagen viejuna y emborronad­a de una policía y un ejército que en realidad sostienen y practican valores democrátic­os al menos tan equiparabl­es a los de quienes les siguen viendo en gris. O incluso superiores.

La misión del dichoso blindado no era otra que apartar de la calle las barricadas de los trabajador­es

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PLATÓN
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