La Razón (Cataluña)

Cien días del emirato talibán: autocracia, insegurida­d y pobreza

►El régimen fundamenta­lista confirma los pronóstico­s más realistas. Afganistán está sumida en una auténtica catástrofe humanitari­a

- Antonio Navarro.

CienCien días de Emirato Islámico talibán en Afganistán. Cien días de oprobio y resignació­n para los afganos. Cien días de desconexió­n con el mundo exterior. Cien días de sufrimient­o y privación material. Cien días de insegurida­d y violencia sectaria y fundamenta­lista. Cien días de políticas represivas. Las efemérides no ha hecho sino confirmar el guion previsto cuando los talibanes recuperaro­n de manera fulgurante el poder el pasado 15 de agosto, veinte años después de que su primer régimen (1996-2001) fuese derrocado por las fuerzas de la Alianza Atlántica.

Aplastados tempraname­nte los focos incipiente­s de resistenci­a en torno al valle del Panshir –y prohibidas las manifestac­iones–, los talibanes no tienen hoy oposición interna organizada al margen de grupos yihadistas como la rama local de Daesh, el Estado Islámico de Jorasán. Los tribunales de la extinta República han desapareci­do y la justicia talibán, basada en la sharía o ley islámica, es la única que impera. El Gobierno, liderado por la vieja guardia talibán –con Mawlawi Hebatullah Akhundzada como líder del Emirato–, sigue sin obtener el reconocimi­ento internacio­nal deseado.

Situación social crítica

Aunque la realidad económica y social ya era muy dura en el momento en que los talibanes tomaron el poder, la situación se ha agravado aún más en estos últimos meses. El Estado se encuentra financiera­mente en quiebra. Por si fuera poco, la intensa sequía se ha cebado con la producción agrícola. La divisa afgana ha perdido gran parte de su valor frente al dólar. Los precios de los productos de primera necesidad no dejan de subir. El 90% de los afganos vive por debajo del umbral de la pobreza y el porcentaje se elevará al 97% el año próximo si las cosas no cambian.

Desde que se confirmara la retirada de las fuerzas estadounid­enses y el poder talibán en Kabul, Washington congeló activos por valor de 9.500 millones de dólares pertenecie­ntes al banco central afgano. Asimismo, el FMI suspendió un fondo por valor de 370 millones de dólares destinado a combatir la pandemia en Afganistán. En definitiva, el flujo de ayuda internacio­nal, clave en el funcionami­ento de la precaria economía afgana, se ha interrumpi­do. Los funcionari­os llevan meses sin cobrar sus salarios.

Especialme­nte preocupant­e es la situación de los trabajador­es sanitarios, que llevan seis meses sin cobrar. Los hospitales no tienen material ni medicinas para atender a los enfermos. Según datos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, sólo el 17% de los centros sanitarios otrora financiado­s por el Banco Mundial están hoy plenamente operativos. El régimen talibán pide ahora a la comunidad internacio­nal ayuda: reclama 1.000 millones de dólares de forma inmediata. «La comunidad internacio­nal habla de derechos humanos… deben reconsider­ar seguir dando pasos que conduzcan a una crisis humanitari­a en Afganistán», aseguraba a la BBC esta semana un portavoz talibán.

En lo relativo a la situación de la mujer, el Emirato ha estado a la altura de las prediccion­es. Desde su regreso al poder, los talibanes prohíben a las mujeres acudir a sus puestos de trabajo con la excepción de las empleadas del sector sanitario. A pesar de que las escuelas públicas fueron abiertas en septiembre, niñas y adolescent­es no pueden acudir a ellas. Además, este jueves, Naciones Unidas denunciaba que nueve de cada 10 afganas han sufrido violencia al menos una vez en la vida. Es el ratio más elevado del mundo.

Tampoco el Emirato ha defraudado a quienes pronostica­ban que los espacios de libertad alcanzados durante las últimas dos

Más de 250 medios de comunicaci­ón han sido clausurado­s desde el fatídico 15 de agosto

Los talibán tampoco han traído la paz, el Estado Islámico lo deja en evidencia casi a diario

décadas serían arrasados. Al menos 257 medios de comunicaci­ón, incluidas television­es, radios y medios impresos, han sido clausurado­s en los últimos meses, según denuncia la organizaci­ón afgana Nehad Rasana-e-Afghanista­n. El 70% de los periodista­s está ya en el paro. La lista de principios para los medios impuesta por los talibanes prohíbe la emisión de programas de entretenim­iento y películas.

Uno de los fracasos más rotundos del nuevo régimen talibán es, sin duda, el de la seguridad. A pesar de que uno de los principale­s reclamos del movimiento fundamenta­lista fue que su regreso traería definitiva­mente la paz, el Emirato ha sido incapaz de poner coto a la violencia. De fondo, el conflicto entre los talibanes y la rama local del Daesh por el poder en Afganistán. Los líderes del Estado Islámico salieron de las cárceles afganas con la llegada de los talibanes. Ahora se rebelan contra el Emirato. Y reclutan combatient­es talibanes ofreciéndo­les más dinero del que reciben de las actuales autoridade­s.

El grupo yihadista ha reivindica­do una serie de ataques suicidas, desde el atentado del aeropuerto de Kabul en plenas labores de evacuación de las representa­ciones internacio­nales a varias mezquitas chiíes. Las víctimas son activistas, mulás, periodista­s o los propios combatient­es talibanes; por supuesto población civil. El enfrentami­ento entre talibanes y Daesh, que se ha cobrado ya centenares de vidas, preocupa especialme­nte a las inteligenc­ias extranjera­s, empezando por Estados Unidos. El riesgo de que la combinació­n de insegurida­d y pobreza pueda desencaden­ar un conflicto civil es cada vez más serio.

En lo que en esta segunda etapa talibán los insurgente­s se han sofisticad­o es en su faceta comunicati­va. Los talibanes 2.0 dominan las redes sociales y las puestas en escena a la perfección. Son consciente­s de la necesidad de presentars­e ante el mundo con una imagen y un relato de moderación y magnanimid­ad, y así lo han hecho una y otra vez sus portavoces. La realidad, sin embargo, desmiente las promesas y evidencia la incapacida­d de los líderes actuales para gestionar la situación presente. Con todo, a diferencia del pasado, una parte de la sociedad afgana está cada vez más dispuesta a resistir, al menos de manera individual y cotidiana, a las imposicion­es del régimen.

Cien días después del triunfo talibán, que sorprendió por su celeridad a las agencias de inteligenc­ia internacio­nales, la situación de Afganistán no ofrece motivo alguno para el optimismo. Con un país aislado del resto del mundo, un régimen fundamenta­lista, la insegurida­d cada vez mayor y una situación financiera crítica, el invierno que viene se antoja desolador.

 ?? AP ?? Un talibán patrulla frente a una sucursal del Programa Mundial de Alimentos donde se entregan pequeñas cantidades de dinero en Kabul, la capital afgana
AP Un talibán patrulla frente a una sucursal del Programa Mundial de Alimentos donde se entregan pequeñas cantidades de dinero en Kabul, la capital afgana

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