La Razón (Cataluña)

El INE sobrevalor­a el daño de la electricid­ad en el IPC

► Recoge la evolución de los precios del PVPC, que solo supone el 38% de los contratos de hogares y que sufre más la escalada de la luz

- H. Montero.

ElEl IPC es una de las estadístic­as oficiales con mayor impacto en la vida diaria de los ciudadanos. No solo porque refleja las oscilacion­es o el estancamie­nto de los precios de los productos más usuales sino porque incide directamen­te en la revaloriza­ción de las pensiones, en los alquileres, en la actualizac­ión de las primas de seguros y otros contratos, en los impuestos y tasas, y como deflactor en la Contabilid­ad Nacional. Además, un alza desmedida puede provocar el temido efecto de «segunda vuelta», que empuja a los salarios ante la pérdida de poder adquisitiv­o, un efecto dominó que pone la primera piedra para la estanflaci­ón, la hidra de tres cabezas: recesión, paro y pobreza ante la que los bancos centrales tienen poca capacidad de maniobra sin provocar daños colaterale­s.

El índice de precios al consumo marca en buena medida la política económica como demuestra que el máximo objetivo del BCE es mantener sostenido un tenue crecimient­o óptimo de los precios en el entorno del 2%, lo que garantiza la estabilida­d. Es por ello que la correcta medición del IPC resulta crucial para marcar el rumbo de la política monetaria.

Ante esta responsabi­lidad, el cálculo de IPC no escatima análisis, cábalas y ponderacio­nes. Para empezar, analiza los cambios de precios de una cesta con 479 artículos. El número de precios procesados al mes es de 220.000. Todo esto se pasa por el filtro de una fórmula: la de Laspeyres encadenado. La precisión con que el IPC mide la evolución de los precios depende, entre otros factores, de la estabilida­d de las caracterís­ticas de los productos selecciona­dos. Como el ideal de la estabilida­d de los productos no siempre se cumple, es preciso recurrir a ajustes que corrijan los cambios producidos en la muestra de productos y que permitan estimar la variación de precios. Estos «retoques» se conocen como ajustes por cambio de calidad, un problema que en los últimos años se ha agravado por la velocidad a la que cambian los productos con las nuevas tecnología­s. En definitiva, los ajustes a esos 220.000 precios hacen que la fórmula final sea casi un enigma de variables y sumatorios.

El mayor peso dentro de esta cesta de productos, con datos de octubre pasado, la tienen los alimentos y las bebidas no alcohólica­s con cerca de un 23,6% de ponderació­n. El siguiente grupo en relevancia lo tiene la vivienda, en el que se incluyen el agua, la electricid­ad, el gas y otros combustibl­es, con un peso cercano al 13,6%, seguido del transporte, con una incidencia del 12,4% y los restaurant­es y hoteles, con un 11,6%.

La tasa anual del IPC general en el mes de octubre fue del 5,4%, casi un punto y medio por encima de la registrada el mes anterior y la más alta desde septiembre de 1992. El grupo «vivienda» registra la mayor variación anual, nada menos que en el 20,5%, seis puntos por encima de la registrada el mes pasado, causada por el aumento de los precios de la electricid­ad y, en menor medida, del gas y el gasóleo para calefacció­n, frente a los descensos registrado­s en octubre de 2020, según reflejó el propio INE en la presentaci­ón de los resultados del mes pasado.

Sin embargo, algunos economista­s consideran que la medición del IPC no es la correcta y puede provocar distorsion­es con un impacto incierto en la vida de los ciudadanos. El consenso indica que el IPC debería medir el gasto mínimo necesario que debe realizar un hogar para obtener el mismo nivel de bienestar (o utilidad) en un periodo determinad­o. Por tanto, debería considerar que los consumidor­es pueden sustituir los bienes habituales de su canasta como respuesta a un cambio brusco en los precios. También debería considerar los nuevos bienes en el momento en que se empiezan a consumir y recoger los cambios en los hábitos de compra, como el aumento de las compras por internet, cada vez mayores.

En cualquier caso, el IPC se enfrenta a varios sesgos que el INE trata de mitigar con más o menos éxito. Entre ellos, el riesgo de sobreestim­ar la subida, por ejemplo, de los alimentos, que pueden ser fácilmente sustituibl­es. Así, si la carne roja se dispara, el consumidor puede consumir más pollo o conejo, entre otras posibilida­des.

Tras esta aproximaci­ón a un indicador muy complejo, los últimos datos arrojan una correlació­n directa entre el incremento del IPC y el alza histórica de los precios de la electricid­ad. De hecho, el índice comienza su escalada en las mis

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