La Razón (Cataluña)

¿El dinero da la felicidad?

«Me ha interesado mucho más el trabajo que iba a realizar que la retribució­n que comportaba»

- Francisco Marhuenda

ConformeCo­nforme pasan los años recuerdo con más intensidad los consejos de mis padres y entre ellos los referidos al dinero. Nunca ha sido algo que me haya interesado, porque creo que su obsesión, como he visto en mucha gente, no solo no produce la felicidad sino que provoca lo contrario. No hay nada peor que vivir por encima de tus posibilida­des y es algo que sucede demasiado a menudo. La alegría con que mucha gente se endeuda siempre me ha resultado un despropósi­to. Mis padres me daban consejos tan simples como «no es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita» o «ser rico es no tener que pensar en el dinero». Es cierto que son consejos tan simples como acertados. Me ha interesado mucho más el trabajo que iba a realizar que la retribució­n que comportaba y es algo que he seguido desde que entré en El Noticiero Universal hasta ahora. Esta actitud naif, como el tiempo que estuve en política, hizo que me llevara algún susto y cobrara menos. Nunca me arrepentí o quejé, porque había sido una decisión voluntaria.

Es verdad que ese desinterés por el dinero es culpa de mis padres, lo digo orgulloso porque siempre me ayudaron y me inculcaron esos principios. El dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirl­a siempre que no sea una obsesión. La clave es desprender­se de los gastos superfluos, porque es muy interesant­e constatar cómo se adaptan los gastos a los ingresos y cuando estos crecen también lo hacen los primeros. Es una regla que casi nadie es capaz de romper. No me refiero, por supuesto, a los que tienen grandes nóminas o aquellos que crean o heredan una empresa que les sitúa muy por encima de la media retributiv­a del mercado laboral. Hay un punto de ingresos, no importa que sean altos o bajos, que puede otorgar la felicidad y se produce cuando somos capaces de adaptar los gastos a los ingresos permitiend­o una razonable capacidad de ahorro. Por supuesto, los inmensamen­te ricos pueden pagar sus caprichos, pero siempre me viene a la memoria la multimillo­naria Bárbara Hutton que era conocida como la «pobre niña rica». Conozco muchos empresario­s, ejecutivos y profesiona­les a los que se les puede aplicar.

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