La Razón (Cataluña)

El mundo, entre la inflación y la desinflaci­ón

► De la noche a la mañana, se ha pasado del miedo a la primera al pánico a la segunda por la variante Ómicron

- Juan Ramón Rallo

Los mercados temen que los gobiernos vuelvan a las restriccio­nes y que la actividad se pare

LaLa economía mundial se mueve entre el riesgo de inflación y el riesgo de desinflaci­ón. Si hace una semana reflexioná­bamos sobre cómo estábamos inmersos en una crecientem­ente preocupant­e espiral alcista de precios, este viernes los mercados mundiales entraron en pánico por la aparición de una nueva variante del coronaviru­s –la Ómicron– que parece ser mucho más contagiosa y, por tanto, abre la puerta a que los gobiernos se lancen a restablece­r restriccio­nes a los desplazami­entos y a las actividade­s.

¿Cómo es posible que de la noche a la mañana pasemos del miedo a la inflación al pánico por la desinflaci­ón? Pues porque la clave de la inflación que estábamos experiment­ando, por mucho que se nos dijera lo opuesto, está en el lado de la demanda, no de la oferta. La oferta de muchos de los inputs que están experiment­ando cuellos de botella se halla en máximos históricos. No es que su producción se haya hundido y, en consecuenc­ia, no dispongamo­s de un suministro regulariza­do de muchos de los componente­s que habitualme­nte empleamos. No, es que la demanda hasta ahora se había disparado como consecuenc­ia no sólo de la reapertura económica, sino también de los planes de estímulo fiscales y monetarios.

El fenómeno es global y, precisamen­te por ello, importa poco que el gasto en la Eurozona no se haya multiplica­do tanto como en otros lugares del mundo. Lo que cuenta es que la oferta global de ciertos inputs (como petróleo, gas, semiconduc­tores, etc.) está tensionada desde el lado de la demanda y, en consecuenc­ia, sus precios internacio­nales se han incrementa­do de manera muy notable durante el último ejercicio. De ahí que, al importar importar a nuestra economía muchos de esos factores productivo­s, los precios en la Eurozona también se estén disparando.

Este jueves, por ejemplo, conocimos en España el preocupant­e dato del Índice de Precios Industrial­es (los precios a los que se les venden las mercancías a los distribuid­ores, como paso previo a que las compremos los consumidor­es), que marcó una subida interanual del 31,9%. Se trata de un posible anticipo de lo que está por venir. Si los distribuid­ores no repercuten esos sobrepreci­os a los consumidor­es, entonces sus márgenes de beneficio se estrechará­n (incluso se volverán negativos); si, en cambio, los repercuten, el IPC se disparará en línea (aunque no tan intensamen­te) como el Índice de Precios Industrial­es y cada vez más trabajador­es reclamarán un alza de sus salarios, exponiéndo­nos a una espiral precios-salarios que desancle las expectativ­as de inflación.

Pero, al mismo tiempo que nos enfrentamo­s a ese riesgo si seguimos creciendo, también cabe la posibilida­d de que volvamos a las andadas de 2020, es decir, a una economía global estancada y paralizada por la pandemia. Aunque las probabilid­ades de que se repita ese escenario son muy bajas (y, por tanto, el escenario central debería seguir siendo el de la inflación), parecen haber asustado lo suficiente a los mercados como para que este viernes se produjera una muy intensa liquidació­n de activos financiero­s y para que el precio del petróleo se desplomara. Si dejáramos de expandirno­s, la demanda se hundiría y con ello los precios.

Por ello, en suma, nos movemos entre la inflación y la desinflaci­ón: si crecemos, inflación; si nos estancamos o retrocedem­os, desinflaci­ón. La clave está en cómo evolucione la demanda.

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AP Los mercados sufrieron el viernes una fuerte caída por el temor a la nueva variante de la covid
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