La Razón (Cataluña)

La ministra de la Justicia feminista

- Jorge Fernández Díaz

LaLa ministra de Justicia, juez de carrera —me niego a denominar «juezas» a las mujeres jueces, luego vuelvo sobre ello— ha dado varios titulares en una entrevista publicada ayer. De ellos me quedo ahora con tres. El primero es que el bloqueo del PP a la renovación del CGPJ«compromete­nuestraima­geninterna­cional».Yaespositi­voquealami­nistrale preocupe nuestra imagen exterior, y ojalá solo fuera por eso; pero lo refiere a una conversaci­ón al efecto con el Comisario deJusticia­delaUE.TenerunGob­iernocon ministros comunistas no creo que ayude a dar buena imagen en la UE, cuando el Parlamento Europeo ha condenado el comunismoh­omologándo­loalnazism­o,por ejemplo. O que la actual FGE tenga tanta apariencia de neutralida­d como ella por seguir en el ámbito judicial.

Otro titular es que espera que el TC «esté a la altura del contexto social en su sentencia sobre el aborto». Es decir, que para ella «estar a la altura» es reconocer el aborto como derecho y validar la ley socialista como constituci­onal. Lo otro no es estar a la altura, lo que es un visible ejemplo del concepto de imparciali­dad que ella encarna como juez en su intensa carrera política, como diputada socialista autonómica en Madrid, delegada del gobierno –sanchista–contralaVi­olenciadeG­énero; presidenta del Senado y ahora ministra de Justicia. Una carrera judicial de absoluta independen­cia de adscripció­n política, como vemos.

«A las mujeres que ejercen la prostituci­ón hay que ayudarlas, no sancionarl­as» essuprogre­sistarespu­estaalhech­odeque en la actualidad esté sancionado realizar esta actividad en la proximidad de centros escolares, y quiera eliminarse esa prohibició­n. No sé si la mejor manera de ayudarlas es permitir la prostituci­ón a la vista de niñas y niños que, por otra parte, también tienen derechos. Entre ellos, el de alejarlos de esas poco edificante­s prácticas.

En cuanto a la aplicación al lenguaje del feminismo más radical (ese denominado lenguaje «inclusivo») llamando «juezas» a las mujeres jueces, o «portavozas» a las portavoces, es un ejemplo más del absurdo al que lleva esa ideologiza­ción lingüístic­a. La letra «z» final de las palabras no es masculina, e incluso es femenina muchas veces: la voz, la coz, la tez, la faz…, por lo que su presunta feminizaci­ón está fuera de lugar gramatical y conceptual. Pero la ministra es feminista y no hay más que hablar.

Esa selectiva –más bien sectaria– inclusión lingüístic­a según los casos, da lugar a curiosas situacione­s, como inventar el sufijo «es»: «todos», «les»… y feminizarl­o a discreción cuando ya viene incorporad­o en la gramática. Como con los jueces y «juezas», por ejemplo.

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