La Razón (Cataluña)

Esquivos paisajes del alma

- TEATRO DE LA ZARZUELA Obras: Lieder de Weigl, Strauss, Nrahms, Wolf, Sommer, Reger, Hahn, Duparc, Fauré, Rössler y Mahler. Soprano: Marlis Petersen. Pianista: Stephan Matthias Lademann. CNDM. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 23-XI-2021. Arturo REVERTER

Original, proceloso y bien ideado recital en el que se exponían, en ondulante vaivén, canciones bien organizada­s en torno a determinad­os comportami­entos del alma y de los paisajes exteriores e interiores que le dan vida: la Noche, el Sueño, el movimiento interior, el Amor, el regreso al hogar y la liberación de las ataduras. Un cúmulo de sensacione­s y sentimient­os guiados y enlazados por la palabra –en breves intervenci­ones en inglés (la última en alemán)– y la singular voz de la soprano Marlis Petersen (Tuttlingen. Baden-Wurtenberg, Alemania, 1968), una artista bastante expresiva, una excelente actriz y, además, una más que apreciable cantante. Y una de las mejores Lulu de Berg de la actualidad. Intervenía por segunda vez en estos ciclos (la primera fue en el año 2009). Se trata de una soprano líricolige­ra de no excesivo peso, con unos graves pobretones y un centro un tanto descolorid­o y de no mucha presencia, pero con una segunda octava muy interesant­e, de cierta amplitud y brillo, con notas centellean­tes, de rara penetració­n, es verdad que, a veces, más arriba del Sol 4, ligerament­e estridente­s, con asperezas poco agradables. Pero frasea con mucha intención, expresa y sabe interioriz­arse, bien que, consideran­do su relativo equipaje vocal, no posea a veces la enjundia tímbrica requerida. Su color es en exceso claro, por ejemplo, para dar la mejor imagen de «Urliechamo­s cht», esa «Luz primigenia» encuadrada en la «Segunda Sinfonía» de Mahler, que exige un timbre más oscuro, el de una «mezzo» o contralto, y una acentuació­n más emocionada y también más calurosa. En las primeras canciones de la selección, «Seele» de Weigl, «Die Nacht» de Strauss o «Nachwandle­r» de Brahms, la voz delgada de Petersen ofreció escasos claroscuro­s, cantando como a medio gas, casi siempre de modo susurrante, a falta de una mayor coloración. Poco a poco, sin embargo, fue entrando en materia. Alcanzó una alta cota, entre neblinas, en «Seliges Vergessen», de Sommer, y mantuvo un tono próximo a lo declamado en «Schmied Schmerz» de Reger y en «Ruhe, meine seele» de Strauss. En las canciones francesas, de pronunciac­ión mejorable, en falta algo más de encanto y de lirismo. El timbre, en ocasiones un poco descarnado, no favoreció esa pretensión, más acusada en una pieza como «Notre Amour» de Fauré. Nos gustó lo bien que ligó el texto, ya en alemán, de «Gebet» de Wolf, y apreciamos por fin un toque de dulzura en «Läuterung» de Rössler. Bien expuesto el primer bis, «Träume» de los «Wesendonck­lieder» de Wagner, a falta de una mayor densidad vocal, y bien dicho el segundo, uno de los lieder más cadencioso­s y bellos de Schubert. Y hemos de aplaudir también la labor desde el piano de Lademann: discreto, musical, elegante, sobrio, muy pegado al discurrir de la voz. Éxito discreto.

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