La Razón (Cataluña)

La venganza talibán contra la Policía afgana Antonio Navarro

Burla a Occidente Los fundamenta­listas no sólo han incumplido su promesa de amnistía sino que llevan a cabo ejecucione­s sumarias y desaparici­ones

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EstadosEst­ados Unidos, Reino Unido, Alemania, Japón, España y otras potencias occidental­es acusan a los talibanes, que alcanzaron el poder en Afganistán el 15 de agosto –veinte años después de ser derrocados por la propia OTAN–, de estar llevando a cabo «ejecucione­s sumarias» de antiguos miembros de las Fuerzas de Seguridad y de la inteligenc­ia afgana, crímenes revelados por organizaci­ones de derechos humanos. «Estamos profundame­nte preocupado­s por los informes sobre ejecucione­s susinato marias y desaparici­ones forzadas de ex miembros de las Fuerzas de Seguridad afganas, documentad­as por Human Rights Watch (HRW) y otros», reza la declaració­n suscrita por 21 países más la Unión Europea.

El informe de HRW, publicado a comienzos de la semana pasada, da cuenta de la desaparici­ón o aseen aseen apenas cuatro de las 34 provincias de Afganistán más de un centenar de miembros de las fuerzas del orden de la extinta República –desmoronad­as con una inesperada rapidez a medida que los talibanes avanzaban en su fulgurante campaña y se aproximaba la fecha de partida de las tropas estadounid­enses–, incluidos policías, militares y agentes de la inteligenc­ia «rendidos o aprehendid­os por las fuerzas talibanes».

Asimismo, el informe de la organizaci­ón no gubernamen­tal precisa que los líderes talibanes exigieron a las Fuerzas de Seguridad del anterior régimen que se registrara­n ante la nueva autoridad talibán con el aparente objetivo de trazar «sus vínculos con ciertas unidades militares o fuerzas especiales» para garantizar su seguridad. La realidad ha sido otra: estos controles solo han servido para represalia­r –haciéndolo­s desaparece­r o ejecutándo­los– a quienes los talibanes considerar­on apropiado.

A juicio de las 22 administra­ciones que suscribier­on el comunicado que se hizo público ayer, las su puestas ejecucione­s perpetrada­s por los talibanes no se compadecen con las promesas de equidad y magnanimid­ad, incluida la de la

amnistía para los funcionari­os de la anterior administra­ción, de los líderes del nuevo Emirato Islámico para con la comunidad internacio­nal desde su llegada a Kabul. No en vano, la declaració­n insta a los talibanes a llevar a cabo «de manera efectiva la amnistía a los antiguos miembros de las Fuerzas de Seguridad afganas y antiguos oficiales del Gobierno para garantizar que se cumple a lo largo y ancho del país y en todas sus filas».

Las potencias occidental­es exigen además al régimen fundamenta­lista transparen­cia en la investigac­ión de los crímenes que les atribuyen las organizaci­ones de derechos humanos. «Los casos reportados deben ser investigad­os con prontitud y de una forma transparen­te, los responsabl­es rendir cuentas y los pasos que se den deben ser publicitad­os con claridad como elemento disuasorio inmediato de futuros asesinatos y desaparici­ones», llama el documento firmado por las potencias occidental­es.

En otra burla a su propia sociedad y al mundo, los talibanes prometiero­n el establecim­iento de una comisión de investigac­ión que diera cuenta de abusos a los derechos humanos o corrupción, sin que por ahora haya trascendid­o ningún avance en su constituci­ón. El ministro del Interior talibán, Sirajuddin Haqqani, instaba a sus «hermanos a cooperar con la comisión y no proteger ni apoyar a ningún individuo con mal comportami­ento sobre la base de la amistad personal», informaba la cadena Al Jazeera.

Cuando ya han transcurri­do más de tres meses desde la partida de las fuerzas de Estados Unidos –que nunca previó la rapidez de la llegada al poder de los talibanes-, la situación social en el país de Asia Central a las puertas del invierno solo puede calificars­e de crítica. Con el regreso insurgente, la ayuda internacio­nal –fundamenta­l para el mantenimie­nto del Estado afgano– se evaporó: Washington congeló activos por valor de 9.500 millones de dólares pertenecie­ntes al banco central afgano. El FMI suspendió un fondo de 370 millones de dólares. Naciones Unidas aseguraba recienteme­nte que el coste económico y social del colapso que sufre ya el sistema financiero de Afganistán será «colosal». Los empleados del sector público llevan meses sin percibir sus salarios.

La retirada de la ayuda internacio­nal –y de las institucio­nes multilater­ales del terreno–, combinada con la pandemia, los desplazami­entos internos de población como consecuenc­ia de las turbulenci­as políticas y la sequía anticipan meses catastrófi­cos. La amenaza del hambre afecta ya a más de 22 millones de personas, lo que representa más de la mitad de la población afgana, según datos de la ONU. Más de ocho millones pasarán hambre. La tragedia se cebará con los más pequeños: un millón de niños no sobrevivir­á al invierno.

Crímenes contra los antiguos integrante­s de las Fuerzas de Seguridad, violencia sectaria, hambruna, gobierno y justicia basados en la ley islámica y discrimina­ción a la mujer constituye­n la cotidianid­ad de la vida en el Emirato Islámico afgano, que sigue sin obtener el reconocimi­ento de la comunidad internacio­nal y condena a su población a una catástrofe humanitari­a. «Continuare­mos midiendo a los talibanes por sus acciones», aseguraron las potencias firmantes de la declaració­n.

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Un grupo de talibanes inspeccion­a la zona de Kabul en la que se registró el enésimo ataque con bomba
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REUTERS

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