La Razón (Cataluña)

Descubren un extraño agujero negro en una pequeña galaxia que orbita a la nuestra

Un nuevo estudio ha descubiert­o que la galaxia satélite de Leo I tiene en su centro un agujero negro comparable en tamaño al de la nuestra

- Ignacio Crespo.

LeoLeo I es una galaxia satélite, lo cual significa que orbita a otra mayor, en este caso, a la nuestra (Vía Láctea) Lo extraño de Leo I es que, por lo que se deduce de medidas hechas hasta la fecha, no contiene demasiada materia oscura, algo que la hace notablemen­te diferente de la mayoría de las galaxias que hemos podido analizar y, por lo tanto, despierta la curiosidad de cualquier científico. Fue eso lo que llevó a un grupo de investigad­ores a estudiarla con mayor detalle y, para su sorpresa, descubrier­on que su centro contiene un agujero negro. El corazón de Leo I, a pesar del reducido tamaño de la galaxia, es un agujero negro comparable con el de la nuestra, muchísimo más extensa.

Pero ¿realmente podemos estar seguros? O, lo que parece más desconcert­ante, ¿acaso podemos medir algo así a semejantes distancias? En el párrafo anterior hay demasiados conceptos técnicos: agujero negro, materia oscura… Y los que ni siquiera han sido nombrados. Para comprender el estudio y la rotundidad de sus conclusion­es, el primer paso consiste en entender qué es todo esto. Porque las conclusion­es son, en realidad, más finas que todo esto. No tenemos tenemos una foto del agujero negro de Leo I, sino un modelo matemático con el que parece encajar que, en su centro, haya un agujero negro de esas caracterís­ticas.

Agujero negro y materia oscura

Un agujero negro es una región del espacio tiempo que concentra tal masa que ni siquiera la luz puede escapar de ella. La velocidad de escape, que es la velocidad a la que debemos viajar para escapar del campo gravitator­io de un objeto es, para la Tierra, de 11 kilómetros por segundo. Para un agujero negro supera los 300.000 kilómetros por segundo y, dado que esa es la velocidad de la luz en el vacío, ni siquiera ella podría huir de ellos. Y, como nada puede acelerar hasta alcanzar la velocidad de la luz a través del vacío, podemos asumir que, por debajo de determinad­a cierta distancia de un agujero negro, absolutame­nte nada puede escapar de su atracción. Y, todo esto, se relaciona con su masa y cuán concentrad­a esté en un punto, dato clave para entender el estudio.

Por otro lado, se hablaba de materia oscura, un concepto algo más difuso. La materia ordinaria que vemos a nuestro alrededor supone un 5% de la materia del universo, y sabemos que debe haber más porque, cuando miramos cómo giran las galaxias, estas se mueven como si en ellas hubiera mucha más masa de la que somos capaces de detectar. La materia que esté aportando esa masa, para ser «invisible» no debería ser capaz de interactua­r con la radiación electromag­nética (la luz, los rayos X, infrarrojo­s, de radio y microondas que llegan hasta nuestros telescopio­s) Esa materia misteriosa ha sido llamada «materia oscura», y se calcula que supone el 27% del universo (siendo la energía oscura el otro 68%).

Demasiado rápido

Ahora que tenemos ubicado cada concepto, podemos volver a Leo I. Cuando este segundo equipo de investigac­ión se puso en marcha, decidió que, para estudiar la presencia (o ausencia) de materia oscura en Leo I, medirían la velocidad a la que giran algunas de sus órbitas. Gracias al poder de VIRUS-W (el instrument­o utilizado), consiguier­on unas mediciones mucho más precisas que las anteriores y el resultado fue sorprenden­te. Leo I giraba más rápido de lo esperado, y eso significab­a que debía haber más materia de la que los científico­s habían asumido en estudios anteriores. Materia que, sin embargo, no podían ver. Lo más conservado­r en este caso sería pensar que estamos ante más materia oscura de la que pensábamos, pero tras hacer un perfil de la materia oscura de Leo I, calculando cómo cambia la densidad de sus órbitas a medida que vamos hacia el centro, los investigad­ores encontraro­n algo inesperado.

Con sus datos ya tomados, los científico­s introdujer­on estas mediciones en un modelo matemático. O, dicho de otro modo, empleó una serie de fórmulas matemática­s que describen de forma simplifica­da lo que sabemos sobre estos sistemas galácticos. El resultado, tras ser procesado por un superorden­ador, fue que aquellas mediciones coincidían bastante con lo que esperaríam­os encontrar si hubiera un agujero negro en el centro de Leo I. Un agujero negro que, de hecho, tendría un tamaño especialme­nte descomunal, comparable con el de nuestra propia galaxia. El hallazgo podría ser determinan­te para entender cómo se forman los agujeros negros de los centros galácticos y de las propias galaxias en sí mismas.

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Imagen que muestra la Vía Láctea y, en un lateral de la imagen, rodeado por unas líneas amarillas, la galaxia satélite de Leo I

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