La Razón (Cataluña)

El papa fractal de Teruel

- Javier Sierra es escritor y Premio Planeta de novela Javier Sierra

HayHay quien cree que el universo se comporta como un frac tal. Esto es, que su estructura se repite siempre sin importar lo que nos acerquemos o alejemos de él. Lo infinitame­nte grande presenta, desde esa óptica, formas idéntica salo incomparab­lemente pequeño. Lac os mologíafra­ct al no deja de ser, pues, una de esas teorías para comprender el funcionami­ento de la realidad que nos deja más preguntas que respuestas. Un eco moderno de aquella sentencia hermética del «como es arriba es abajo». Y, sin embargo, a veces cobra sentidos inesperado­s en ámbitos tan alejados de las ciencias exactas como la Historia.

La elucubraci­ón viene a cuento por algo que se cruzó en mi camino durante una reciente visita ala catedral de Teruel. Uno de sus canónigos,al verme, me abordó con una sugerencia que más parecía un desafío: «Debería usted ocuparse del papa que tuvo esta ciudad. Nadie habla de él, ¡y es una lástima!». Don Alfonso sabía, claro, de mi gusto por los personajes olvida dos y tendió su trampa con es mero. Lo miré incrédulo. No es hombre dado a fantasías, así que tomé buena nota del consejo. Sin embargo, por más que me esforcé en repasar de memoria la lista de los herederos de san Pedro, no logré dar con ninguno turolense. El más cercano se me antojó Calixto III, de Játiva, y acaso su sobrino, el valenciano Borja, contemporá­neo a los Reyes Católicos. Pero… ¿uno de Teruel?

Mi tierra natal es un curioso microunive­rso. Despoblada y áspera, es tentador creer que no ha tenido demasiada importanci­a en el de venir del mundo. Sin embargo, de ella han salido personajes como Miguel de Molinos –místico de barroco cuya doctrina del «quietismo» tuvo gran predicamen­to en la Europa del X VI I, cuando su« Guía espiritual» fue publica da en todas las lenguas del continente–, Segundo de Chomón–u no de los padres del cine, inventor entre otras cosas del travelling–, el deslumbran­te modisto Manuel Pertegaz e incluso ministros como Demetrio Carceller, aquel que trató de recuperar el «oro de Moscú». Llevo tiempo colecciona­ndo sus biografías en un vano intento por demostrar que Teruel también es un «umbilicus mundi», un «omphalos», un pequeño frac tal tan noble como Atenas, París o Washington DC. Por esa razón, si hubiera nacido un papa en mi ciudad lo sabría. O eso pensaba. Aun así, en un porsiacaso, me dispuse a buscarlo. Que la capital más pequeña de España hubiera tenido su propio pontífice daría alas a la cosmovisió­n de los antiguos hermetista­s.

Tras no pocas incertidum­bres acabé dando con lo que don Alfonso insinuó. Otra catedral, esta vez la de Mall orca, guarda bala prueba. Allí, en su imponente sala capitular, duerme desde 1447 Gil Sánchez Muñoz y Carbón, un caso único de obispo que antes fue pontífice. Sí. No es un error. Sánchez Muñoz, nacido en 1370 en una de las plazas más céntricas de Ter u el, sirvió en la corte de Benedicto XIII, el Papa Luna, el díscolo pontífice de Peñíscola que llevó el Cisma de Occidente a su máxima expresión, viviendo un tiempo en el que la cristianda­d llegó a tener hasta tres cabezas visibles. Aquel Sánchez Muñoz fue testigo de los intentos por conseguir que Pedro de Luna entregara su tiara a Roma. Y también de su mítico empecinami­ento porno soltar la .« Quedarse en sus trece »– por el numeral del papa– fue un dicho nacido de aquellos lances.

El caso es que, a la muerte del terco Benedicto, un concilio de solo tres cardenales eligió al turolense como su sucesor. Fue en junio de 1423. Y ahí adoptó el nombre de Clemente VI I I. Solo seis años conservó su título ya que las negociacio­nes entre Roma y los pontífices díscolos de Aviñón se intensific­aron para no romper la cristianda­d. El entonces rey de Aragón, Alfonso V «El magnánimo», ambicionab­a hacerse con Nápoles y le era más útil un papa en el Vaticano que uno en Peñíscola. Sus negociacio­nes fueron de auténtico «juego de tronos» hasta que su amigo Alfonso de Borja –precisamen­te el futuro Calixto III– convenció a Gil Sánchez para que renunciara y, con ello, se cerrara la mayor crisis de la Iglesia católica hasta la fecha.

Don Alfonso, pues, estaba en lo cierto. Hubo un papa de Teruel. Uno conciliado­r, docto en leyes, al que Martín V– el romano que re unificó aquel dislate– le brindó la honrosa salida de retirarse a gobernar la diócesis de Mallorca. L lo rençLlit eras, cronista y presbítero de su nueva catedral, dijo de aquel Clemente VIII degradado a pastor, que terminó sus días siendo« un fiel mantenedor de la pureza e integridad de las enseñanzas y disciplina­s eclesiásti­cas». Y también que« después de la aventura de Peñís cola no estaba ya por radicalism­os de ningún tipo. Fue un obispo excelente».

Quizá esto explique que, todavía hoy, en la capilla gótica donde aseguran que fue enterrado sentado en un trono, cuelgue su capelo en señal de profundo respeto. A fin de cuentas, el suyo es un caso único de pontífice que entregó la tiara.

Aunque, ahora que lo pienso, quizá sea precisamen­te ese detalle el que hace que esta historia se escape de la teoría de un universo en el que todo se repite sin importar la escala. Al menos, claro, mientras a Benedicto XVI no lo destinen a ninguna diócesis. Deo non volente!

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