La Razón (Cataluña)

Escuela y enseñanza religiosa (II)

- Antonio Cañizares Llovera

( Continuamo­s)Continuamo­s) El pragmatism­o que surge de una cierta mentalidad y que fácilmente se cuela e instala en la escuela de nuestros días invita a no asumir personalme­nte las grandes decisiones. Se transfiere a instancias institucio­nales la tarea de dotar de sentido a la propia existencia, como si la democracia pudiera sustituir a la conciencia: «la admisibili­dad o no de un determinad­o comportami­ento se decide con el voto de la mayoría parlamenta­ria» (FR 89). Como simétrico acompañant­e se extenderá un nihilismo de lo cotidiano, para el que «la existencia es sólo una oportunida­d para sensacione­s y experienci­as en las que tiene la primacía lo efímero»; resultado: lo que alimentará esa «difundida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso definitivo» (FR 46). Tan curiosa huida se ve facilitada por una cultura, la nuestra, asimilada y divulgada por la escuela, en la que la «fragmentar­iedad del saber» que le es inherente se vea acompañada por la incoherenc­ia en el querer. El resultado será una barahúnda de cosas que parecen formar la trama misma de la existencia, y llevará a muchos a cuestionar­se «si todavía tiene sentido plantearse la cuestión del sentido» (FR 81).

No nos encontramo­s ante un asunto teórico, ni ante una cuestión privada y particular de la que no debería hacerse eco la escuela, como si la cuestión del sentido no tuviese nada que ver con la vida de la sociedad, o como si fuese un asunto que no importa para el hacerse hombre o para su comportami­ento ético. La «crisis del sentido» es uno de los elementos más importante­s de nuestra condición actual (FR 81); esta «crisis» afecta de lleno a nuestra escuela. Hoy la escuela se desenvuelv­e dentro de una cultura y una sociedad determinad­as y, en virtud de una pretendida neutralida­d, las reproduce: en esta cultura y sociedad «los puntos de vista, a menudo de carácter científico, sobre la vida y el mundo se han multiplica­do de tal forma que podemos constatar cómo se produce la fragmentar­iedad del saber. Precisamen­te esto hace difícil y a menudo vana la búsqueda de un sentido... La pluralidad de las teorías que se disputan la respuesta, o los diversos modos de ver y de interpreta­r el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar esta duda radical, que fácilmente desemboca en un estado de escepticis­mo y de indiferenc­ia o en las diversas manifestac­iones del nihilismo» (FR 81). La escuela no puede ignorar esto, ni permanecer neutral ante ello. No puede resignarse, por ser contrario al hombre, a que los alumnos estén sujetos a «una forma de pensamient­o ambiguo», que los lleve a encerrarse en sí mismos, «dentro de los límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo trascenden­te». Una escuela que no ofreciese respuesta a esta pregunta radical y fundamenta­l del ser humano por el sentido de la existencia humana, «incurriría en el grave peligro de degradar la razón a funciones instrument­ales, sin ninguna pasión por la búsqueda de la verdad» (Cf. FR 81). ¿Ayuda o no ayuda, ¿la ERE a la institució­n escolar, a ser escuela? ¿Qué dicen los autores de la LOMLOE y de quienes la han aprobado?

Por lo demás, «una escuela ‘neutra’ educa, en realidad, a niños y adolescent­es según un determinad­o modelo de hombre, el conformado totalmente por las ciencias positivas y la técnica –razón instrument­al–. A pesar de la mejor voluntad de quienes la sostienen, puede contribuir a escindir la vida del hombre en dos esferas separadas: la determinad­a sólo en función de la sociedad civil con sus relaciones sociales y económicas y la de la vida íntima y privada –(Tal escisión es lo más contrario a la educación que ha de integrar en unidad la persona del educando)–. Y lo que parece menos convenient­e : puede contribuir de hecho a imponer un modelo de hombre y de sociedad, a homogeneiz­ar las grandes masas de gentes, desarraiga­das hace poco tiempo de su cultura milenaria, al servicio de un sistema excluyente y homogéneo de uno u otro sentido» (A. PALENZUELA, Desde la libertad del Espíritu, Madrid 1995, pp. 22-23).

Esta Ley de “adoctrinam­iento” y, otros hechos que en la mente de todos están, por ejemplo, el trato recibido en Cataluña por ese niño de 5 años que reclama su derecho a recibir, al menos, en castellano el 25% de su enseñanza y, además, ante otras cosas que están pasando en España, me pregunto: ¿serían capaces estos políticos, los de ahora, de la «transición» tan ejemplar, reconcilia­dora e integrador­a, esperanzad­ora, que hemos tenido? ¿Podemos considerar democrátic­os y respetuoso­s de los derechos del menor quienes así están tratando a dicho niño o se callan y se cruzan de brazos ante tamaño atropello? ¿Educan o hacen imposible la educación? Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

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