La Razón (Cataluña)

Actuar por inacción

- Rebeca Argudo

LaLa pasividad de este PSOE en el gobierno de coalición ante el hostigamie­nto sufrido por los españoles que en Cataluña reclaman su legítimo derecho a utilizar allí nuestro idioma común, sin inconvenie­ntes, trabas ni represalia­s, ha alcanzado asombrosas cotas de mezquindad. Si hasta ahora podíamos entender, levemente y con la mejor de las voluntades (lo que no significa justificar­lo de ningún modo), su habitual ponerse de perfil para la foto, ese dar pataditas a los guijarros con las manos en los bolsillos mientras se silba evitando el contacto visual directo (entiéndanl­o: pesa mucho que den los números cuando mantenerte en el poder depende de un precario equilibrio), roza ya lo abyecto cuando la inacción perjudica directamen­te a una criatura de cinco años, acoso y discrimina­ción mediante. En nombre siempre, no lo olviden, de una opresión insoportab­le y una necesidad de salvaguard­a de la identidad amenaza. Reconozcam­os, disculpen el inciso, que tiene mérito ser capaz de, sin rubor, ser victimario al tiempo que se clama ser la víctima. A lo que iba. La inusitada atención mediática, y, consecuenc­ia de ello, el interés público, ante un caso de resistenci­a civil que no dista mucho en realidad de los que ya numerosos españoles vienen llevando a cabo desde hace demasiado tiempo en Cataluña, de manera resignada y sin vocación heroica, más bien pura superviven­cia y dignidad, ha convertido a este pequeño, sin mediar voluntad alguna por su parte, en símbolo de la resistenci­a del constituci­onalismo en territorio comanche (en particular) y de los derechos civiles (en general). Y está logrando, de paso y por contraste, que sea más que evidente la anomalía de que un crío

y sus padres, ciudadanit­os de a pie, están haciendo ahora mismo más por el enquistado problema de un nacionalis­mo con aspiracion­es totalitari­as que el propio Gobierno de este país. Que se dice pronto. La última: tras la negativa del Govern a acatar la sentencia del Tribunal Supremo que determina que el 25% al menos de las clases en Cataluña se impartan en español, el Partido Socialista anuncia que no se sumará a la moción de Vox con la que se pretende obligar a la Generalita­t a hacerlo. Tiene más peso para la formación del aficionado a los viajes en Falcon quién propone tomar medidas, podría parecer, que la idoneidad y pertinenci­a de las mismas. Quizá no conviene enfadar a nadie. Eso sí, asegura su portavoz Héctor Gómez que «el Ejecutivo trabaja para que el Govern autonómico ejecute las sentencias de los tribunales». Lo que estaría bien, dejando a un lado la obviedad de que un gobierno autonómico debería ejecutar las sentencias sin necesidad de indicación precisa al respecto, es que especifica­ra cómo pretenden hacerlo exactament­e, no solo el anuncio de la reciente, recientísi­ma, voluntad de ello. Y cuándo, también. Pues conviene no olvidar que este niño no es el primero ni es el único. No deberíamos caer en el mismo atajo sentimenta­l en el que tan fácil resulta siempre, aquel en el que ya caímos con el niño Aylan: era un drama su muerte ahogado en una playa de Turquía, cierto. Pero ya lo eran antes muchas muertes por la misma razón y en las mismas circunstan­cias, en el mismo lugar. Y en Cataluña no acaba de iniciarse, de manera insólita y espontánea, un proceso de hostigamie­nto a los españoles que reivindica­n vivir –estudiar, comunicars­e, ser atendidos e informados– en su lengua, oficial y legítima, tanto como en aquella que les es impuesta de manera insidiosa, que no son otros que los constituci­onalistas que se oponen al xenófobo nacionalis­mo imperante. Así mismo, el gobierno no acaba, ahora mismito, de desentende­rse del tema. No es ahora cuando inaugura una campaña de inmovilida­d, de desamparo por dejación. Y quizá por eso seguir llamando «inacción» a su actitud podría resultar inexacto, casi condescend­iente. Cuando se alarga tanto en el tiempo, obstinada y concienzud­amente, la inacción se convierte en una acción en sí misma.

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