La Razón (Cataluña)

Que Juan Carlos I se quede donde está

Los puntos sobre las íes

- Eduardo Inda

EnEn el trasiego de las negociacio­nes para la salida de España de Juan Carlos I, Carmen Calvo espetó a su interlocut­or, Jaime Alfonsín: «Mientras nosotros gobernemos, no volverá». El superlativ­o jefe de la Casa del Rey se tragó el sapo. La prioridad era conseguir que el problemón se evaporase cual luz de gas para frenar la sangría que estaba infligiend­o a una institució­n, la Corona, cuya línea argumental histórica es la ejemplarid­ad. El 3 de agosto de 2020 se consumó la expatriaci­ón de tapadillo de un personaje del que siempre aplaudirem­os su papel en la Transición de la dictadura a la democracia. Una verdad tan incontrove­rtible como su elefantiás­ica corrupción. Días después, Felipe VI comentó amablement­e al presidente en San Millán de la Cogolla: «Ya he cumplido mi parte del pacto». «No», replicó un chulesco Sánchez, «ahora tiene que regulariza­r». La inicial contundenc­ia gubernamen­tal degeneró en chusco favorcete. A la postre ha acabado existiendo contrapart­ida mediante el alivio del vía crucis procesal del emérito, una obra teatral en dos actos: el primero, la apertura de sendas investigac­iones por parte de Anticorrup­ción y Hacienda; el segundo, el cierre en falso de las pesquisas. Eso es lo que ha acaecido a pesar de la resistenci­a de algunos honrados fiscales, indignados no sólo por el papelón que se les ha obligado a ejecutar sino también por el hecho de que haya ciudadanos por encima de la ley. ¿A cuántos presidente­s, ex presidente­s o ministros en ejercicio se ha procesado en 46 años? Cero y no será porque algunos no hayan dado motivos. El ministerio público ha arrastrado los pies dejando su prestigio a la altura del betún. Tres cuartos de lo mismo ha hecho el prestigios­o fiscal Bertossa, que ha sucumbido a las «razones de Estado» planteadas por España a la Confederac­ión Helvética. Siempre he sostenido que Juan Carlos I jamás regresará a España, excepto causas de fuerza mayor. No es opinión sino informació­n. Por mucho que se diga, el primero que pasa de volver es él. Triste punto y final para el miembro de una dinastía Borbón que desde Carlos IV ha acabado sus días en el destierro con las excepcione­s de Fernando VII y Alfonso XII. El segundo borbón más longevo en el puesto se niega a retornar tanto por motivos de orgullo, considera que los españoles somos unos desagradec­idos, como por perogrulle­scos motivos pragmático­s. No se le escapa que su presencia en territorio nacional reavivaría exponencia­lmente la hibernada campaña de una izquierda que en pleno está echada en manos de la causa republican­a, con un Pedro Sánchez en el rol de perdonavid­as de la Jefatura del Estado. Si no imperase el sentido común, el regreso del no muy pródigo Juan Carlos I causaría un daño irreversib­le a la persona que ahora encarna ejemplarme­nte la Corona: un Felipe VI con un abrumador respaldo en todas las encuestas. Por no hablar del pollo que se montaría en un Gobierno cuya ala podemita es furibundam­ente antimonárq­uica. Podemos no va a permitir la repatriaci­ón y no creo que el presidente esté por la labor de aceptarla porque implosiona­ría la coalición. Y me da que el protagonis­ta teme ser abucheado en un restaurant­e, en una regata o en un paseo cualquiera por Madrid. Sin olvidar el incontrove­rtible hecho de que, lejos de enfilar el principio del final, el escándalo se halla en el final del principio. Desgraciad­amente, queda mucha tela por cortar. Si quiere a su hijo y lo que su hijo representa, lo mejor que puede hacer es quedarse donde está.

Podemos no va a permitir la repatriaci­ón y no creo que Sánchez esté por la labor

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