Bebedor, vanidoso, golfo... Falstaff, el colega ideal de los príncipes
Aparece en la primera y segunda parte de «Enrique IV», concebida por Shakespeare, y su figura marcó «Campanadas de medianoche», de Orson Welles
William Shakespeare troqueló a Sir John Falstaff con las erudiciones que deja la vida en lugar de con los saberes que aportan los libros. De alma alegre y corazón festivo, este fanfarrón de carácter bondadoso vanidoso en la anécdota y despierto en las aristas de la broma y el timo, compañero de príncipes y amigo de truhanes, mangantes, ladronzuelos, pícaros, malandrines, bebedores, mujerzuelas, comadres, escuderos, ventajistas, tiralevitas, fulleros, tunantes y el largo etcétera de ganapanes y bribones que frecuentan la animada y bulliciosa posada Boar’s Head, pertenece a la corte de personajes que se salen de la pauta del guión y toman rienda propia dejando al autor con un mero pendolista de sus sueños, acciones y proezas. Dicen que el Bardo inglés tuvo que matar a Mercucio en el tercer acto porque, de haber aguantado, el compadre de Romeo lo hubiera liquidado a él al llegar al quinto. Tanto aliento le había otorgado que más que una ficción le devino en pura realidad.
Falstaff, espléndido ogro de la golfería y la menuda delincuencia del siglo XVI británico, se le reveló como un espejo de inesperadas ciencias y conocimientos. Shakespeare bordó su Hamlet con el espíritu y la sombría nostalgia que había dejado en su ánimo el prematuro fallecimiento de su hijo Hamnet, y a este john Falstaff, chocarrero y burlón, con muchas aguas navegadas y de ganada y bien criada panza, le dio la inteligencia viva de los que ya han corrido en muchas plazas y sabe cómo pican las cornadas y lo duro que resulta el suelo. Falstaff forma parte de la exquisita nómina de personajes que se alzan por sí mismo con las raras vestiduras de la carne y el hueso.
Pasatiempos de juventud
Así, asoma como pinche avivado y burlón en la primera y segunda parte de «Enrique IV». Comparte amistad con Hal, el futuro rey Enrique V (Kenneth Branagh lo interpretó en la adaptación cinematográfica de este drama), un joven apartado aún de las tareas y deberes que impone el trono, que entretiene los días con los pasatiempos ligeros de la juventud. Es un príncipe lejos de las disciplinas y las asignaturas correspondientes a su grado social, pero que gracias a esta inmersión en el mundo ajeno de la baja estofa luego sabrá interpretar el ánimo de los hombres sencillos y alentar en él las ilusiones que los levanta de su irrelevancia y los empuja a cometer grandes actos.
Como tutor de este aprendizaje está Falstaff, versión moderna de la leyenda de Sócrates (algunos han visto en su muerte, relatada en «Enrique V», un guiño al suicidio del pensador ateniense). Este desventurado, interpretado con ventura por un Orson Welles que, en un momento dado, compartía similitudes físicas con el personaje, es toreado por las gentes de su entorno, pero también da lecciones generosas de por dónde discurre el sentido, o los sinsentidos, según se contemple, de la vida. Este Falstaff es espejo de muchas debilidades, pero también de las inteligencias del pueblo común. Hal, su Hal, lo dejó al final tirado, lo que viene a demostrar que el poderoso no es de fiar.