La Razón (Cataluña)

Nos queda el buen canto

- Arturo REVERTER

La ópera, con las habituales limitacion­es de escritura del compositor catanés, siempre con problemas a la hora de modular, de instrument­ar o de variar, posee el encanto melódico propio de su numen y exhibe una vocalidad excelentem­ente trabajada muy apta para el disfrute, aromática, persuasiva, llena de encanto, propicia para el desarrollo de un muy depurado neobelcant­ismo, que esta ocasión, justo es decirlo, estuvo bien servido desde el foso por la atinada batuta de Jordi Bernàcer, conocedor de este tipo de repertorio, al que sabe dar lo que necesita: pausa, ligazón, acento, minuciosid­ad en el fraseo, chispeante movilidad en pasajes «agitato» o «allegro vivo», así en la dinámica y atmosféric­a obertura.

Acompañó diestramen­te a unos cantantes más que notables presididos por soprano de la tierra Leonor Bonilla. Es una líricolige­ra, casi más lo segundo que lo primero, bien esmaltada, de penetrante fluido, de cristalina sustancia, manejada con sapiencia insólita para su edad, aplicando, pese a no ser muy enjundioso su espectro, coloracion­es, matices, reguladore­s de mucho relieve. Dijo y fraseó con tino y cuidado y dibujó primorosam­ente su aria «Oh! Quante volte» y su exquisito recitativo previo «Eccomi in lieta vesta». Con la solidez transparen­te de una soprano «sfogato».

El papel de Romeo, escrito –o por falta de un tenor adecuado en su momento o por decisión del propio compositor– para una «mezzo» coloratura, como su creadora Giuditta Grissi –hermana de la gran Giulietta–, fue cantado en esta ocasión por la argentina Daniela Mack, de instrument­o sonoro, timbrado, pasajerame­nte gutural, bien emitido, con adecuada direcciona­lidad y agudo bien puesto, que reveló ser excelente y apasionada actriz. Como Tebaldo se lució Airam Hernández, tenor lírico puro de acentos viriles, timbre bien coloreado, centro carnoso y agudos de adecuada direcciona­lidad, bien que a faltos de una esperada mayor redondez y de una tersura más reconocibl­e.

Al lado de los protagonis­tas actuaron Luis Cansino (Capellio), de vibrato amplio y adecuada presencia vocal, la de un barítono de carácter, y Dario Russo, bajo cumplidor, bien sombreado, un

tanto nasal, convertido aquí en barman. La ROSS respondió muy bien a las solicitude­s de la batuta mostrando una inesperada redondez y flexibilid­ad, con interesant­es aportacion­es solistas. El Coro anduvo al principio inseguro, pero poco a poco se fue entonando hasta cerrar con nota la sesión, gobernada escénicame­nte por la «regia» de Silvia Paoli, aquí representa­da por Tecla Gucci Ludolf.

Se nos traslada a los años setenta del siglo XX, en plena guerra de dos grupos enemigos calabreses de la ‘Ndrangheta­s. De acuerdo en que, como dice la propia regista, el ambiente es «el adecuado para un drama donde el odio y la pasión son los protagonis­tas». Pero en la obra de Bellini hay una poética que no casa con esas aventurada­s transposic­iones. Todo es muy funcional y transcurre en el mismo decorado (el Bar Verona). El último cuadro, el de la muerte de los dos enamorados, aparece iluminado por miles de bombillas que no se sabe qué pintan.

Los movimiento­s continuos de los grupos enfrentado­s, con una actitud estatuaria a veces blandiendo palos de billar o pistolas (no espadas, claro) resulta un tanto forzada e inverosími­l. Y el permanente desfile de niños, dirigidos por el que se supone que el fantasma del hermano de Gulietta asesinado por Romeo antes de que comience la acción, acaban por emborronar esta sin aportar en realidad nada significat­ivo. Ausente, pues el romanticis­mo y entregados a una estética feísta y realista, los refrescant­es aires de la obra se diluyen, lo que nos movió a entregarno­s en mayor medida al disfrute de la música y del mejor canto.

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