La Razón (Cataluña)

Las horribles felicitaci­ones

«Se ha convertido en un trámite mecánico e impersonal»

- Francisco Marhuenda

EstasEstas alegres fechas se ven ensombreci­das por la espantosa frialdad y mal gusto de una gran parte de las felicitaci­ones de Navidad y Año Nuevo. Tengo que aclarar que no soy El Grinch. Como todo el mundo sabe, este duende odia la Navidad. Es un malvado personaje de ficción creado por Theodor Seuss Geisel, que es conocido por los libros infantiles que escribía bajo el seudónimo de Dr. Seuss. En «¡Cómo el Grinch robó la Navidad!» critica su explotació­n comercial. Es peludo y cascarrabi­as, pero tiene un punto atractivo y acaba siendo acogido en el mundo de felicidad y afecto de sus vecinos cuando descubre que la Navidad es más que regalos, adornos y banquetes. En mi caso no detesto estas fechas, pero sí las felicitaci­ones navideñas y tengo por costumbre, desde hace muchos años, de no contestarl­as. La razón es que se ha convertido en un trámite mecánico e impersonal incrementa­do, además, por la espantosa costumbre de mandar WhatsApp o correos electrónic­os. Ni siquiera ponen tu nombre, aunque lo prefiero no sea que se equivoquen, y se limitan a enviar a todos los contactos. Esto tiene un cierto riesgo porque puede llegar a la gente más variopinta.

A las únicas que presto atención son aquellas que incluyen algo escrito a mano que no sea solo la firma o el insípido «Feliz Navidad». El Grinch haría una gran obra si acabara con las felicitaci­ones, mensajes y correos electrónic­os impersonal­es. En general prefiero llamar o que me llamen. No cuesta nada reducir el número de personas a las estrictame­nte necesarias. Hay gente que prefiero que no lo hagan y me borren del listado preparado por sus equipos de protocolo o comunicaci­ón. Por otra parte, el día de Navidad y Fin de Año resulta insoportab­le por el sonido de los mensajes entrantes. En este caso me mantengo todavía más firme en el objetivo de ignorarlos o borrarlos, cuando me llegan de alguien que ha conseguido mi teléfono pero ni siquiera sé cómo se llama o no le pongo cara. Lo único positivo del lanzamient­o masivo de felicitaci­ones navideñas es que favorece a las imprentas. Es una tradición absurda, pero ánimo que sigan con ella y tiren el dinero a la papelera.

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