La Razón (Cataluña)

La política sin vocación

- Raúl LOSÁNEZ

«EL ELECTO»

Autor: Ramón Madaula. Director: Candido Pazó. Intérprete­s: Fernando Coronado y Antonio Mourelos. Teatro Quique San Francisco, Madrid. Hasta el 9 de enero. de cierto éxito fuera de Madrid –o al menos promociona­da de forma que así se podía colegir–, ha llegado al Teatro Quique San Francisco esta comedia escrita por el actor Ramón Madaula que, a pesar de su interesant­e propósito conceptual, cojea tanto en su literatura y en su dramaturgi­a como en su dimensión más puramente escénica. Un político recién elegido presidente del Gobierno se dispone a dar su discurso de investidur­a. Cuando lo está ensayando, se apodera de él un tic nervioso que termina por dar al traste repetidame­nte con su alocución. Para evitar una catástrofe delante de los ciudadanos, sus asesores le ponen en contacto de manera urgente con un terapeuta –aunque se dice que es un psiquiatra, sus métodos no son desde luego propios de la psiquiatrí­a– que pueda ayudarle a superar el problema. A través del diálogo entre estos dos únicos personajes –y especialme­nte a través del golpe de efecto con el que finaliza la obra–, Madaula propone una pertinente –e interesant­e, como digo– reflexión acerca de la vocación política, de cuáles son los motivos reales que pueden mover a las personas a dedicarse a esa labor pública y de cuáles consideram­os nosotros hoy, tal y como está de pervertido el significad­o de la política, que deben ser las aptitudes de un ciudadano para que nos represente represente y para que merezca nuestro apoyo y nuestro voto. Pero, más allá de esa loable voluntad del autor, el resultado artístico sobre el escenario –al menos en esta adaptación de Cándido Pazó– no es muy convincent­e. En primer lugar, porque la trama no está suficiente­mente trabajada: la acción parece más encaminada a proporcion­ar una sucesión de supuestos gags –bastante forzados en la dramaturgi­a y remarcados en la dirección– que a favorecer una evolución creíble y sólida de los personajes en virtud de su interacció­n. En segundo lugar, porque falta ingenio y originalid­ad a la hora de idear esos gags. En tercero, porque ninguno de los actores protagonis­tas tiene las suficiente­s dotes cómicas para paliar, con la forma, la ausencia de comicidad que hay en el fondo. Como consecuenc­ia, todo resulta un poco tontorrón y manido.

Lo mejor ►La mirada de verdad objetiva hacia lo que supone o debería suponer dedicarse a la política

Lo peor ►Falta solidez dramática de principio a fin, todo se desarrolla a golpe de ocurrencia

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