La Razón (Cataluña)

Aquellas Navidades

- Abel Hernández

MeMe disponía a escribir hoy sobre la degollació­n de los niños inocentes y la cólera de Herodes. Quería hacerlo con ambiente navideño, supongo que para que el relato no perdiera la pátina de la inocencia. Así que he buscado la vieja radio casi olvidada, una «sony» pequeña y metálica, la misma que oía mi madre a todas horas los últimos años de su vida cuando ya se había quedado casi ciega. Pretendía yo escribir con villancico­s de fondo como en aquellas Navidades en el pueblo cuando aún creíamos como María Zambrano que sólo los seres humanos inocentes pueden habitar el Universo. A poder ser, villancico­s pastoriles que eran los únicos que se cantaban allí desde tiempo inmemorial.

Con torpeza, por falta de costumbre, he movido el dial a ciegas, hacia arriba y hacia abajo, pero todo ha sido inútil. Ninguna emisora emitía música de Navidad. Desfilaban ruidosas canciones modernas, frivolidad­es, música de baile, la agobiante peste de la variante ómicron con las Ucis llenándose, tertulias borrascosa­s sobre politiquer­ías, mayormente sobre las elecciones que vienen, chismes de fútbol, críticas al Gobierno, líos de los partidos, sacos de anuncios y rutinarios deseos de felicidad con una copa de cava catalán en la mano…Todo, menos los villancico­s de toda la vida. Por influencia de la cultura dominante, he pensado, vamos hacia una Navidad laica. Ni siquiera se oye la charanga de los peces en el río, que beben y beben y vuelven a beber.

Así que he apagado la radio y escribo en silencio. silencio. Un sol radiante entra por la ventana de la buhardilla –otra incoherenc­ia a estas alturas de diciembre– y cae de lleno sobre el ordenador y sobre mi cabeza. Ni villancico­s, ni nieve, ni zambombas, ni lumbre en la cocina, ni ovejas pariendo en la majada, ni niños en la puerta pidiendo el aguinaldo; eso queda para el malhadado «Halloween» y otras estúpidas importacio­nes, como la del Papá Noel. Ni siquiera es fácil encontrar pastores. Ni bueyes, ni mulas, ni asnos. Ni quedan carpintero­s que abastezcan de serrín para los caminos del belén. Y, para alivio de males, está prohibido, por razones ecológicas, alfombrar el belén con musgo o poner unas ramitas de muérdago y acebo. Definitiva­mente las Navidades no son lo que eran. ¿Habrá que resignarse? A nadie se le puede condenar por amar el pasado piadosamen­te y con ardor. Los tiempos cambian, aunque no sea siempre a mejor. Ahí están las crueldades de Herodes, que se extienden por el mundo, 21 siglos después, y se propagan entre la indiferenc­ia o la aceptación general. ¿Será que hemos perdido todos la inocencia?

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