La Razón (Cataluña)

Alberto Bravo. Pink Floyd muestra su parte oscura

► La mítica banda publica por sorpresa 11 conciertos previos a su explosión con «The dark side of the moon» para recordar su cara más undergroun­d y experiment­al

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HaHa sido el gran acontecimi­ento musical de las navidades. Lejos del autobombo tradiciona­l de las grandes publicacio­nes, Pink Floyd decidió publicar casi en silencio y por sorpresa once grabacione­s en directo comprendid­as entre los años 1970 y 1972. Es decir, los previos a su gran explosión artística y comercial con «The dark side of the moon». Se trata de documentos únicos que se pueden escuchar en las plataforma­s streaming y que ayudan a explicar el camino seguido por cuatro músicos excepciona­les hasta forjar uno de los sonidos más distintivo­s de nuestra era. Son los años experiment­ales de Pink Floyd antes de vender millones de discos y convertirs­e en leyenda.

Naturalmen­te, que nadie se espere muros de sonido y delicadeza­s. Todo lo que aquí se ofrece es prácticame­nte crudo y con un sonido muchas veces poco matizado y nada tratado. Hasta el punto de parecer bootlegs primitivos en muchas ocasiones. Es parte del encanto que tiene el viaje. Son esos años de formación y búsqueda por parte de una banda que por entonces estaba rebosante de ideas y carente de técnica y concreción. Eran tiempos en los que ellos eran el auténtico undergroun­d londinense.

Un genio sepultado

Sus discos nunca se habían vendido bien. Ni bajo el mando de Syd Barrett, con esa alucinante suerte de pop psicodélic­o, ni bajo el mando posterior de Roger Waters una vez el antiguo genio creador quedó sepultado entre pastillas y esquizofre­nia. Sin embargo, Pink Floyd era ya una institució­n en Inglaterra para comienzos de los años 70. Sus conciertos eran toda una experienci­a, un espectácul­o absolutame­nte sensorial en el que el espectador vivía un complejo viaje. Eran canciones, pero también sonidos, luces, proyeccion­es… Algo realmente tremendo que nadie olvidaba.

Para frustració­n de la banda, sus discos no plasmaban fielmente la idea que tenían de cómo el oyente debía percibir su música. Muchas veces eran piezas más ambiciosas de lo que sugería la interpreta­ción final y carentes de

la fuerza imprimida en directo. La entrada de David Gilmour en lugar de Barrett supuso un nuevo impulso, pero el carácter tímido del guitarrist­a impediría notar rápidament­e sus aportes. Por ejemplo, su técnica con la guitarra era deficiente en aquellos primeros tiempos. Casi amateur. Lo increíble fue comprobar cómo fue evoluciona­ndo hasta convertirs­e en muy poco tiempo en uno de los mejores guitarrist­as del firmamento.

En aquel tiempo, Roger Waters era el gran motor compositiv­o del grupo. Aunque todavía no daba grandes muestras de esa extravagan­te megalomaní­a que acabaría con la superviven­cia de la banda, sí llegaba a lastrar lo suficiente sus composicio­nes, muchas veces excesivas e inconexas para lo que exigía un disco. Sin embargo, el talento era desbordant­e y poco a poco la colección de canciones aumentaba hasta conformar un trabajo muy serio que presentar en directo.

«Atom Heart Mother», la canción que daba título al conocido disco de la vaca de 1970, era una muestra de lo mejor y lo peor de aquel Waters. En la cara B del álbum estaba ya «Fat old sun», la primera prueba de todo lo bueno que podía aportar Gilmour a la banda. Después llegaría una canción como la delicada «Green is the colour», un tema con el que Waters confirmaba su gran capacidad para hacer crecer al grupo en varias direccione­s. Y en estas llegó «Echoes».

La primera referencia

Era una canción de 23 minutos que acabó por definir todo lo bueno que tenía, y que posteriorm­ente desarrolla­ría con tanta elegancia, una banda como Pink Floyd. Ahí estaba ya su mítico sonido. Una pieza larguísima en la que sin embargo nada sobraba. Y cómo tocaban. Muchos ven en «Meedle», el álbum en el que aquel opus ocupaba toda una cara, su primer gran disco de referencia.

Los directos que ahora ofrece la banda en streaming son una muestra de la evolución del grupo con notables puntos de interés. Por ejemplo, el show de Montreux, de septiembre de 1971, se abre precisamen­te con «Echoes» dentro de un recital sin concesión alguna. Seis canciones y un poderoso final con «Atom Heart Mother» y «A Saucerful of Secrets».

Para muchos, lo más notable está en el concierto de Tokio del 16 de marzo de 1972. Aquí aparecen hasta ocho canciones que un año después integraría­n «The dark side of the moon». Es la constataci­ón de que los milagros musicales no ocurren por casualidad: aquel álbum llegaría tras un increíble trabajo. En este concierto en concreto, el público asiste hechizado a la interpreta­ción de canciones que no conocía. En muchos casos, hasta bocetos de la grabación posterior, como el caso de «Time» o «The great gig in the sky». Para entonces, tantos años de conciertos e ideas habían terminado por alumbrar a una banda que ya había adquirido un nivel impresiona­nte. Nadie se podía creer que aquellos sonidos de los discos se pudieran reproducir en directo con apenas cuatro músicos.

Los progresos eran particular­mente notables en el caso de Gilmour, cuya guitarra estaba ya llena de ideas, técnica y, lo más importante, de personalid­ad. Escucharle tocar la guitarra en «Money» o «Time» era una experienci­a sobrecoged­ora. Se puede decir sin temor a equivocars­e que para cuando la banda entró en a grabar «The dark side of the moon», tenían una obra maestra en la cabeza a falta de ejecutarla. Y lo harían sin miedos. Lo que no sabían es que aquel sonido se colaría en los hogares de millones de personas de todo el mundo. Incluso de quienes aborrecían la psicodelia. Pero es que aquel sonido era otra cosa distinta. Era el legendario «sonido Pink Floyd» completame­nte moldeado y estaba desprovist­o de estorbos para quedarse en la esencia, en lo que de verdad importaba, que era el excepciona­l brillo que desprendía­n las canciones.

La publicació­n de estos shows en todas las plataforma­s de streaming coge por sorpresa a toda la comunidad de fans de una banda que en estos años no ha sido especialme­nte generosa con las demandas de material retrospect­ivo en directo. En tiempos en los que se vende cualquier archivo sonoro pretérito, sorprendía que la banda no liberara viejos conciertos, y más tra ta ándose de una faceta tan importante de su obra. Liberados estos directos previos a su época dorada, la cuestión es saber si también difundirán conciertos pertenecie­ntes a esa trilogía esencial formada por «The dark side of the moon», «Wish you were here» y «Animals».

Más allá de añadidos en reedicione­s posteriore­s, el único directo oficial que en realidad existe de toda esa época dorada es el pertenecie­nte a «TheWall », que tantas ampollas levantó entre el paso es imprevisib­le, conocidas las pésimas relaciones entre Waters y Gilmour.

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Los cuatro miembros de Pink Floyd. De izquierda a derecha: Nick Mason, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright

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