La Razón (Cataluña)

Las fechas más tristes del año

David F. Villarroel

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LaLa expresión latina Tempus fugit («El tiempo huye», «El tiempo se escapa”) viene que ni pintiparad­a para estas fechas de Nochevieja y Año Nuevo, que se cuentan entre las más tristes del año, pues son la constataci­ón, pública y ruidosa, de que una parte nada despreciab­le de nuestra vida –¡tresciento­s sesenta y cinco días!– se ha ido para siempre. Lo cual significa que nuestro tiempo, que, si bien se mira, es lo único que tenemos, ha encogido un poco. El tiempo, el don más preciado que nos dan al nacer, y sin embargo nos pasamos la vida deseando que pase pronto y venga otro –el de mañana– que imaginamos siempre mejor.

Nos parece además, de tan acostumbra­dos como estamos a verlo pasar, que va a durar siempre, o que nos queda mucho todavía. Lo medimos con los relojes, y lo entretenem­os con cualquier ocupación, y buscamos el modo de que no se nos haga demasiado largo, y deliberada­mente lo perdemos a veces para que transcurra más ligero; incluso en ocasiones, cuando mortalment­e nos aburrimos y no sabemos qué hacer con él, nos obstinamos obstinamos en matarlo, o eso decimos: «¿Qué haces?», pregunta uno. Y responde el otro: «Nada, matando el tiempo».

Para acortar los espacios y acelerar el curso de la vida se han inventado infinidad de artilugios, pero ninguno para alargar el tiempo, que es el bien más escaso: «No tengo tiempo», «Nunca tengo tiempo para nada», «Me falta tiempo», «¿De dónde voy a sacar yo el tiempo para hacer tantas cosas?», se oye decir.

El paso del tiempo, la callada tragedia de la que en todo momento somos protagonis­tas y testigos sin siquiera darnos cuenta. O si nos la damos, ya se encarga cada cual de fingir que no es así; no es tan difícil, basta con cerrar los ojos y mirar para los afanes y preocupaci­ones que traen las horas, a fin de cuentas la vida sigue y hay siempre otras cosas más importante­s de las que ocuparse...

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