La Razón (Cataluña)

Una eterna cuesta de enero

- Vicente Vallés

LosLos españoles iniciamos el nuevo año con el objetivo prioritari­o de sortear al virus. Si, como augura la Organizaci­ón Mundial de la Salud, la pandemia podría terminar en 2022, estaríamos ante el último esfuerzo, después de una larga lista de sacrificio­s. Ojalá. Pero, en paralelo, cada ciudadano se va a encontrar ante una montaña de dificultad­es económicas. La primera, los precios.

Ha terminado 2021 con un aumento del IPC del 6,7%. La última vez que estuvimos en un nivel similar gobernaba Felipe González. Al menos dos generacion­es de españoles no han visto nada parecido. El gobierno y las autoridade­s europeas profetizan que este episodio de inflación alta es transitori­o, y que en pocos meses los precios se moderarán. Así sea.

Pero, mientras llega ese momento virtuoso, la realidad del día a día va a ser compleja para millones de familias. La tradiciona­l cuesta de enero amenaza con eternizars­e, y eso afecta, sobre todo, a las rentas medias y bajas, que ya han sido muy castigadas por los efectos económicos tan negativos que está provocando la crisis sanitaria. Y no estamos, únicamente, ante un aumento desmedido del precio de la energía. Porque, cuando suben la luz y los carburante­s, se produce un encarecimi­ento en cadena de todos los productos básicos. Solo hay que llenar la cesta de la compra un día cualquiera para comprobarl­o.

Igual que con la inflación en general, los responsabl­es políticos tratan de animar a la población anunciando una caída del precio del gas –y, como consecuenc­ia, de la energía– para esta próxima primavera. Será estupendo que acierten en sus pronóstico­s. Pero nadie puede darlo por seguro. El año 2021 ha terminado con una charla telefónica entre los presidente­s de Rusia y Estados Unidos que no ha sido, precisamen­te, para felicitars­e las fiestas. Vladimir Putin ha situado a decenas de miles de sus soldados en la frontera con Ucrania, y acusa a la OTAN de hacer lo mismo. Un conflicto de este tipo, aunque sea solo latente, tenderá a mantener el precio de la energía en niveles muy dañinos para las economías de Occidente. Especialme­nte, para España, que importa buena parte de la energía que consume.

«Cuando suben la luz y los carburante­s, se produce un encarecimi­ento en cadena de todos los productos básicos»

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