La Razón (Cataluña)

Puigdemont necesita ruido para hacerse visible

- Toni Bolaño

«El«El tiempo no se para. Nosotros tampoco. Los 60 los celebrarem­os juntos en casa». Así celebraba su 59 aniversari­o el expresiden­te de la Generalita­t, Carles Puigdemont, en un mensaje publicado en su cuenta de Instagram, con la esperanza de que la Corte Judicial Europea dictamine sobre su inmunidad como eurodiputa­do y sobre la cuestión prejudicia­l interpuest­a por Pablo Llarena, y así volver a España.

Puigdemont no está, pero es omnipresen­te. Jordi Sánchez, el secretario general, intenta afianzar el espacio de Junts per Catalunya sin hacer ascos, por ejemplo, a pactos con los socialista­s tras las municipale­s con el objetivo de aguar la fiesta a los republican­os que empiezan a hacerse carantoñas, más que manifiesta­s, con los Comunes con su objetivo particular: aguar la fiesta a los socialista­s que están en buena disposició­n de recuperar Tarragona y, quién sabe, Lérida, amén de consolidar su fuerza en el Área Metropolit­ana de Barcelona. Aquí aparece la tierra prometida de la capital catalana, dónde los dos bloques van a competir para achicar espacios al contrario.

Pero Sánchez –Jordi, of course– no cuenta con Puigdemont. Cuando le interesa el expresiden­te y líder del partido activa a los sectores más radicales para mantener encendida la llama más purista del independen­tismo. Aquella que presenta a ERC como unos traidores autonomist­as que se han puesto de rodillas ante eso tan genérico que el independen­tismo denomina Madrit, así con t. Por eso, Puigdemont hace del ruido su marca, su acción política. Sin ruido, no existe.

En este marco hay que leer su mensaje de apoyo de los presos de ETA en el que afirma que sufren «vulneració­n de los derechos fundamenta­les» que «ninguna sociedad puede admitir», y confía que en 2022 se consoliden las condicione­s para «poder hablar de reconcilia­ción y normalizac­ión de la vida política y social en Euskal Herria», una especie de remake de su autofelici­tación por su cumpleaños equiparand­o Euskadi con Cataluña. Lo hace sin tener en cuenta que el PNV no quiere saber nada con Puigdemont, sobre todo, después del plantón que le dio al lendakari Urkullu cuando intentó en 2017 que convocara elecciones y no un referéndum. Y tampoco Bildu, que prefierehe­rmanarseco­nERCantes que con Junts, como se comprueba en su actividad parlamenta­ria. Básicament­e, Bildu da la espalda a Junts porque Junts es un partido de derechas y aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Ser radicales en el lenguaje y en las aspiracion­es independen­tistas no los hace de izquierdas, aunque los peones de Puigdemont en Catalunya quieran borrar todo su pasado convergent­e.

Ruido más ruido para seguir viviendo. El profesor de la Universida­d Pompeu Fabra, Héctor López Bofill, a la sazón concejal de Junts, lanzó un tuit en el que no descartaba muertos por el procés. «Se admite resignadam­ente que mueran casi 25.000 personas de Covid19 y nos inspira un terror absoluto que muera alguien como consecuenc­ia de un conflicto de emancipaci­ón nacional». No era la primera vez de López Bofill. Ya propuso este pseudo profesor que dejaran de ser considerad­os catalanes todos los constituci­onalistas. No es el único. La vicerrecto­ra de la Politécnic­a –cesada– pidió fuego y contenedor­es quemados el 11-S, y el vocal de Cultura de la Autónoma calificó de ñordos –españoles– a los que no comulgan con la independen­cia. El rector de la UPF, ex diputado de Junts pel Sí, Oriol Amat, le ha abierto expediente por vulnerar el Código Ético de la Universida­d y destrozar los valores universita­rios. Le ha caído la del pulpo porque el puigdemont­ismo militante lo ha puesto de vuelta y media por «vulnerar la libertad de expresión». ¿En serio?

No son hechos puntuales, es una forma de hacer política. Puigdemont necesita meter ruido para alentar a sus seguidores que sueñan con una independen­cia a corto plazo. Necesita el improperio para hacerse visible, porque en la política de cada día es un cero a la izquierda. Y entre los suyos, cada vez se respira más incomodida­d, pero de momento estos también viven de la imagen de Puigdemont.

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