La renuncia del primer ministro de Sudán deja vía libre a los golpistas
► Con la salida de Hamdok se compromete aún más la transición democrática iniciada en 2019
El «premier» no ha podido aplacar las protestas contra los militares ni formar un Gobierno técnico
en la situación en Sudán. El primer ministro Abdallah Hamdok dimitió en la noche de ayer tras varios días de protestas en las principales ciudades contra el actual gobierno. Hamdok había sido depuesto por la asonada el 25 de octubre y rehabilitado el 21 de noviembre con la promesa de que, tras haber alcanzado un acuerdo con los golpistas, el proceso de transición seguía su curso. El proceso democrático abierto tras el derrocamiento del dictador Omar al Bachir –que atesoró 30 años de autocracia– en abril de 2019 está más en el aire que nunca.
Según la hoja de ruta alcanzada supuestamente por militares y civiles el 21 de noviembre, Hamdok tenía que nombrar un nuevo gobierno independiente y tecnocrático que debía guiar los destinos del país africano hasta la celebración de elecciones libres en 2023. Seis semanas después el dimisionario jefe del Gobierno ha fracasado en su intento. Pero desde el primer momento una gran parte de los sudaneses descreyó. Las protestas, congregando a decenas de miles de personas, no han cesado desde entonces. La respuesta de las autoridades autoridades y las Fuerzas de Seguridad tampoco ha permitido albergar demasiadas esperanzas: interrupción de las tele comunicaciones, cortes de carreteras y, sobre todo, duras cargas contra los manifestantes–granadas, gases lacrimóg en os–y un balance de cinco muertos y varios centenares de heridos.
En su discurso televisado del domingo, Hamdok aseguró que Sudán necesita una acuerdo nacional para establecer una «hoja de ruta» con vistas a completar la transición. «He decidido renunciar a mi responsabilidad como primer ministro y darle una oporDeterioro tunidad a otro hombre o mujer de este noble país para… ayudar a que complete lo que queda del período de transición hacia un país democrático y civil», aseguró el ya ex primer ministro. Por si no quedaba lo suficientemente claro, el Ejército es en estos momentos el único actor en el poder.
Además, el político sudanés lamentó que había intentado evitar que su país «se deslizara hacia el desastre», pero que «a pesar de todo lo que se había hecho para alcanzar un consenso, no había sido posible». A su juicio, Sudán se encuentra «en un peligroso punto de no retorno que amenaza toda su supervivencia».
Hamdok, economista de profesión y ex empleado de Naciones Unidas –lo cual se ha granjeado un considerable respeto internacional–, llegó al puesto de primer ministro tras el acuerdo alcanzado en 2019 entre militares y civiles para compartir el poder hasta la celebración de elecciones libres a lo largo del año que viene. Como consecuencia del golpe de Estado liderado por el general Abdel Fattah Burhan a finales de octubre, Hamdok fue recluido en arresto domiciliario. Su Gobierno fue disuelto.
Con su perseverancia, una parte importante de los sudaneses está demostrando una valiente determinación por evitar que el proceso de transición hacia un poder plenamente civil se vea frustrado. Entre los lemas esgrimidos en las marchas que se han celebrado en Jartum y en otras ciudades del país en los últimos días, «el poder es para el pueblo, los militares a los cuarteles» o «el Estado es civil y no militar». El balance provisional de fallecidos desde que comenzaron las protestas en octubre asciende a 57, según organizaciones afines al movimiento de contestación popular.
La dimisión de Hamdok seis semanas después de haber sido rehabilitado sume a Sudán en la más absoluta incertidumbre. Como primer ministro trató de reducir la deuda estatal, lo que implicó decisiones impopulares como el recorte de los subsidios y la consecuente subida de precios que desembocaron, a su vez, en un creciente malestar social. Por otra parte, un sector de la sociedad no ha entendido en ningún momento la «traición» de volver a las órdenes del general Abdel Fattah Burhan y otro lamenta el fracaso político de un hombre que percibieron como genuinamente bienintencionado.
El proceso democrático abierto tras el derrocamiento de Al Bachir está más en el aire que nunca