La Razón (Cataluña)

¿Un mundo sin el campeón de la democracia?

- Rocío Colomer

EstadosEst­ados Unidos ha sido una potencia capaz de proyectar un poder global durante las cuatro últimas décadas. Lo que en los años 90 el ex ministro francés de Exteriores, Hubert Védrine, conceptual­izó como una «hiperpuiss­ance» (hiperpoten­cia). Con la desaparici­ón de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría el resto de potencias, Rusia, China, Francia, Reino Unido o la India, ejercían una influencia regional. EE UU era el único poder hegemónico. En 2010 el propio Védrine vaticinó que el mundo estaba asistiendo a la pérdida progresiva del monopolio del poder parte de Estados Unidos y de Occidente. Desde entonces existe un debate sobre el declive americano y el advenimien­to de China como nuevo hegemon (¿el siglo XXI será el siglo de Asia, como el XX fue del de América?), pero mientras se produce esta batalla de poder entre las dos superpoten­cias, nadie discute que la influencia global de EE UU es difícil de contrarres­tar. Por eso, el deterioro de la democracia estadounid­ense, que quedó trágicamen­te plasmado en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2020, supone una preocupaci­ón de primer nivel. Los académicos norteameri­canos alertaron de los peligros que suponía para la democracia la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, pero subestimar­on la violencia que podrían ejercer sus seguidores y la enorme presión a la que serían sometidas las institucio­nes estadounid­enses. La «gran mentira» alentada por el magnate neoyorquin­o sobre el fraude en las elecciones del 20 causa un menoscabo profundo al sistema electoral norteameri­cano. Una vez que se pierde el consenso bipartidis­ta sobre las reglas del juego democrátic­o, el salto hacia un sistema autocrátic­o puede ser muy pequeño. Para aquellos que creemos que el liderazgo ejercido por Estados Unidos en el mundo, ha sido un liderazgo benigno con la promoción de la democracia y la economía de mercado, perder ese faro de luz supondría un regreso a los tiempos más oscuros.

El equilibrio entre los sistemas demócratas y las autocracia­s en el mundo es muy frágil. «Foreign Affairs» advierte que nos estamos adentrando en «la tercera ola inversa» de quiebras democrátic­as que anticipó el politólogo Samuel Huntington que podrían producirse después del estallido de progreso democrátic­o experiment­ado tras la caída del Telón de Acero. Líderes populistas iliberales están degradando la democracia en Brasil, México, Polonia o India y el autoritari­smo progresivo ha sacado ya a Venezuela, Filipinas, Turquía o Hungría, de la categoría de las democracia­s plenas cuando no dictaduras puras. En Estados Unidos la narrativa del «robo de las elecciones» sigue transmitié­ndose y está detrás de las maniobras de algunos Estados como Michigan o Georgia para recortar el derecho de voto a los afroameric­anos o latinos. Preservar el derecho al voto y «la santidad e independen­cia de la administra­ción electoral» es vital para apuntalar la democracia en Estados Unidos.

El ataque al Capitolio sirvió también para despertar las conciencia­s sobre cuán frágil puede ser la democracia y cómo la sociedad civil debe compromete­rse con ella. En este terremoto de retrocesos democrátic­os incluso el campeón puede quedar sepultado bajo tierra provocando un efecto devastador en el resto de democracia­s.

En este terremoto de retrocesos democrátic­os no hay un país fuera de peligro

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