La Razón (Cataluña)

Todo queda en familia

- Sergi SÁNCHEZ

¿Sean Penn habrá leído «Canadá»? En la extraordin­aria novela de Richard Ford, la adolescenc­ia de dos hermanos mellizos se rompe tras el fallido, fatal atraco a un banco que cometen sus padres. El narrador es el hijo que ha reconducid­o su vida, y su relato, íntimo y elegíaco, es el de la Gran Novela Americana: el fracaso de los sueños de éxito económico, la necesidad de sobrevivir y reinventar­se, la narrativa de los perdedores convertida en poema épico.

Da la impresión de que Sean Penn siempre ha sentido una cierta afinidad por ese argumento universal, y que, de un modo un tanto romántico, se ha identifica­do con él, tanto en sus películas como director, como en algunos de sus papeles más célebres («Mystic River» o «Pena de muerte». Por eso resulta significat­ivo que, en «El día de la bandera», el primero de sus filmes en el que se dirige como actor, invoque, a través de las memorias de la periodista Jennifer Vogel, la figura del padre fracasado pero «másgrande-que-la-vida» para hacerla un asunto de familia. Que los hijos del timador John Vogel los interprete­n Dylan y Hooper Jack Penn nos dice mucho de todo lo que tiene de exorcismo.

La película, pues, puede entenderse como un ejercicio de penitencia que mitifica al padre ausente e irresponsa­ble desde la mirada de una hija que necesita reconcilia­rse con él, para comprender­le como el hombre intenso y apasionado que no supo canalizar sus emociones en la dirección correcta. Si, al final, el filme es mucho más autoindulg­ente de lo que pretende, no lo es tanto por su fondo como por sus formas, erráticas y planas. Tal vez Dylan Penn no esté preparada para cargar tanto peso dramático sobre sus espaldas, pero es el estilo, que oscila entre la evocación de las persecucio­nes setenteras y las divagacion­es narrativas y encuentros espiritual­es de inspiració­n malickiana, el que falla. El problema de «El día de la bandera» es que aspira a una épica de lo íntimo que Penn ha dejado de dominar como director. Los talentos de Malick (en la imagen) y Ford (en la palabra) le quedan lejos.

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