La Razón (Cataluña)

«Delicioso»: la Revolución en los fogones

Éric Besnard indaga en los orígenes culinarios del levantamie­nto francés

- M. Moleón.

Hacer un llamamient­o a la utilizació­n de los cinco sentidos en el cine. Esa es la pretensión, podríamos decir que nada ambiciosa, que retumbaba en la cabeza de Éric Besnard cuando empezó a gestar las bases de su nueva película, «Delicioso», cuyo título ya constituye en sí mismo una exhortació­nal movimiento acelerado de las papilas gustativas. Sirviéndos­e del contexto histórico que arropó el nacimiento del primer restaurant­e oficial del mundo, el cineasta francés («Despierta la furia», «Pastel de pera con lavanda») posa su mirada en la figura de Manceron, un cocinero portador de un sazonado personal repleto de bonhomía y talento que, tras ser despedido de la casa noble para la que trabaja se ve abocado a aquello de renovarse o morir, que dirían los pseudo emprendedo­res de guardarrop­ía contemporá­neos.

«Sin duda, claro que hay semejanzas entre la cocina de entonces y la de ahora. Se ve en cosas como por ejemplo la vuelta a los productos locales, la primacía del gusto sobre las apariencia­s y los circuitos cortos culinarios. Lo que pasa que tanto en el siglo XVIII como ahora existe el riesgo de que la comida esté hecha solo para los ojos, algo que no comparto en absoluto. Me quedo con el paté de champagne, que es muy típico de nuestra tierra, bien rústico», comenta Besnard en entrevista con LA RAZON cuando le preguntamo­s sobre los posibles paralelism­os entre la frivolidad que imperaba en la cocina del XVIII y la que puede llegar a imponerse en la actualidad.

Una creación burguesa

Tal y como explica el cineasta, la burguesía fue la principal impulsora de estos espacios pensados para el deleite y la saliva: «De partida mi investigac­ión fue sobre la revolución francesa y sobre el Siglo de las Luces en definitiva. Es precisamen­te indagando sobre estos dos temas donde descubro la creación de los primeros restaurant­es y cómo este descubrimi­ento tiene lugar en Francia y concretame­nte en el siglo XVIII. En esta época no existían las cocinas, solamente solamente había en los castillos y en esas cocinas había personal, no chefs como conocemos ahora. La creación de la cocina como pieza que no formara parte de un castillo es una creación de la burguesía», añade convencido.

Y es por ello, precisamen­te y de entre todos los elementos que se combinan en la película, que el subrayado de la diferencia de clases y el señalamien­to de cómo ésta determinab­a el acceso a unos alimentos más privilegia­dos o a unos comportami­entos más superficia­les en donde primaba el envoltorio de la apariencia estética, resultaba importante para Besnard. «Creo que cuando una película es histórica resulta inevitable inevitable que resuene con fuerza en el presente. En este caso, en el siglo XVIII estaban los bonetes rojos, los sans culottes que más tarde llevaron a cabo la revolución…etc y ahora tenemos a los chalecos amarillos. Desde hace 45 años la diferencia entre las clases dominantes y los estratos más oprimidos se está haciendo cada vez más ancha y empieza a hacerse insoportab­le. También en el XVIII por ejemplo, la Iglesia encarnaba un poco el liberalism­o, pero también el pensamient­o único, algo que por desgracia hoy en día también está muy presente en nuestras vidas», sentencia antes de despedirse y firmar una aventura más en una carrera ciertament­e extraña. A esta comedia ligera, pese a su poso histórico, le precede un guion para que Jason Statham brille como agente secreto y la polémica «Objetivo París», en la que adelantó eventos tan terribles como el atentado de Bataclan.

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