El Sevilla se trabaja la Copa Lucas Haurie.
► Los de Julen Lopetegui se exprimieron para doblegar a un animoso Zaragoza
El segundo clasificado de la Liga, que ya no esconde su intención de perseguir al Real Madrid hasta donde le dé la cuerda, tampoco se baja de la Copa del Rey. El Sevilla eliminó al Zaragoza, todo un hexacampeón del torneo por más que ande en horas bajísimas, con más solvencia que la empleada frente a Córdoba y Andraxt, dos rivales de la Segunda RFEF que lo llevaron a la prórroga y los penaltis. Pero eso no significa que el encuentro de La Romareda fuese un paseo. Ni mucho menos.
De hecho, en toda la primera mitad, que fue espantosa, sólo una acción individual distinguió al equipo de Champions del que pelea por mantenerse en Segunda: el golazo que marcó Koundé apenas superada la media hora. Controló el francés el balón en la esquina del área, levantó la cabeza y mandó un tiro cruzado teledirigido al segundo poste e imposible para Ratón. Cuando hay un crack en el campo, aunque juegue de central, es más sencillo ganar.
El Zaragoza, espoleado por 25.000 espectadores ávidos del fútbol de élite que tanto añoran, salió tras el descanso a comerse a su ilustre huésped. Y casi lo consigue. Con una presión alta que desmontaba de raíz cada posesión sevillista, los chicos de JIM encadenaron ocasiones para empatar, singularmente un cabezazo de Petrovic en posición franca que no conectó bien el serbio y un dispacon ro fortísimo de Borja Sainz al lateral de la red.
Lopetegui, que se olía el drama, sacó al campo a varios titulares (Joan Jordán, Acuña, Rafa Mir, unos buenos minutos de Óliver Torres...) en detrimento del canterano Iván Romero y de los dos elementos más sospechosos de su alineación: el tarjeteado Gudelj, que se había jugado la expulsión un manotazo imprudente a Narváez, y Augustinsson, un refuerzo (¿?) estival del que no se sabe si es más blandengue que impreciso... o las dos cosas.
El entusiasmo local, en fin, debía enfriarse con un segundo gol y a ello se aplicó otra de las estrellas del Sevilla, Lucas Ocampos, que arrancó una contra con un toque sutil de puntera para llevarse un balón dividido, galopó treinta metros con su espléndida zancada y metió un pase interior para Rafa Mir, que fusiló al portero en el mano a mano. Como el VAR no entra en liza hasta los octavos de final, no se cuestionó el criterio del linier, que dejó seguir la jugada pese a la posición dudosa del delantero murciano. Y ahí se acabó el partido.